La política profesional, la que es gobierno y conforma la clase política, se ha convertido en un problema para las sociedades actuales, no es, por el momento, la vía “pacífica” que intente resolver los problemas de convivencia y sí una creadora de problemas para la ciudadanía actual.
José Saramago aborda diversas problemáticas de las actuales democracias occidentales o posibles nuevas democracias en sus libros “Ensayo sobre la ceguera” y “Ensayo sobre la lucidez”. Considera que nos hemos quedado atrapados, inmóviles, ante las atrocidades de los gobiernos y que -muchas veces- la normalidad de la corrupción nos lleva a aceptar que las cosas funcional “tal y como son”; pero la maravilla de la democracia es que el ciudadano en libertad es la base, poder que en determinado momento, cuando nadie se lo espera, cuando un nuevo atentado en contra de la mayoría, el 99% que no es gobierno, se ha consumado, se presenta como la posibilidad de organizarse y recuperar la capacidad de “autogobierno”, o sea, entender que el poder reside en cada ciudadano del mundo, porque las fronteras del Estado – nación han sido superadas no solo por la economía neoliberal, sino por la propia indignación.
Este es un ensayo sobre los ensayos. Señala que la conciencia lúcida de José Saramago no es una innovación para actuar ante la forma en que la política “profesional” se practica en la actualidad, sino una recuperación, un regreso a lo básico de la democracia como forma de vida y no como simple “procedimiento”, mecanismo, que permite generar estabilidad y equilibrio entre las minorías gobernantes para no alterar la cotidianidad de la vida administrativa: los poderes económicos (empresas y grupos financieros transnacionales), los poderes sociales (iglesias, entre otros, que imponen -intentan- cosmovisiones) y los poderosos que ostenta el poder público (la sociedad política: los partidos políticos, funcionarios -burocracia- y gobernantes).
Desde mi postura, lo radical de Saramago y sus obras, en especial las dos a las que me referiré más adelante, es que la democracia es una forma de vida que sobrevive por la ciudadanía y que ante las premuras de las decisiones de gobierno, autoritarias o de corte no democrático, la ciudadanía logra proteger, así sea en un espacio mínimo, la democracia.
La democracia se inventa y sobrevive por el ciudadano, no por las formas administrativas con las que se maneja el poder político y económico. A pesar de esta afirmación, tengo que reconocer que la forma en la que opera la política profesional tiene mucho que ver con las luchas ciudadanas que han intentado generar mejores modelos de convivencia. Por supuesto, si hoy han surgido una serie de problemas en las sociedades, indican las crisis del sistema político actual, la forma en que se ha operativizado la democracia, para decirlo con un adjetivo, la crisis de la “democracia representativa”.
En otras palabras, estamos asistiendo a una crisis de la democracia realmente existente, pero no a la decadencia de la democracia como ideal. El ideal de la democracia y de la libertad, como una lucha proveniente desde la modernidad, cada día se renueva con el nacimiento de nuevos ciudadanos, diferenciados de aquellos ya existentes por sus objetivos y metas en el mundo.
En ideas de Hannah Arendt (La condición humana), la posibilidad de reinventar el mundo se localiza en el nacimiento de un nuevo humano, un nuevo ciudadano, para ella el nacimiento, la nueva vida, es el único milagro del mundo. Por ello, la democracia como “ideal” se renueva con cada ciudadano que entiende el poder que ostenta, que llega al espacio público, a la convivencia con aquellos que no tiene un lazo consanguíneo y los reconoce como sus iguales, se mira en el espejo del tu para entender su yo. Es la idea de la salvación, la solidaridad de los extraños, sin ser familia, que se unen en “Ensayo sobre la ceguera” para sobrevivir a la epidemia “blanca” de no ver. Es la solidaridad para sobrevivir, aunque se pierda la vida misma, que el captor, el posible torturador, muestra a su víctima cuando la descubre inocente, como sucede con el policía investigador de “Ensayo sobre la lucidez” que confiesa su objetivo, inventar culpables, a los “presuntos culpables” de haber orquestado la rebelión del “voto en blanco”.
Ahí en la esperanza de la salvación de la democracia, de entender que es algo inacabado, buscar la libertad y su manutención, está la obra de Saramago, haciendo una crítica que nos recuerda que la democracia descansa en la ciudadanía, no en los gobiernos, que los garantes, los protectores de la democracia, no son los políticos profesionales, sino los ciudadanos que defensivamente retornan a las calles, se solidarizan con extraños, de manera subjetiva, para salvar la diferencia, la libertad de ser.
Antes de profundizar sobre las aseveraciones que he vertido, vale la pena, a grandes rasgos, hablar del contenido de los “ensayos” de Saramago.
Dos textos políticos
¿Existe un orden para leerlos? Es probable o pertinente decir que primero va “Ensayo sobre la ceguera” y después “Ensayo sobre la lucidez”, pero que si no se leen en ese orden, tampoco pasa algo que lleve a la malinterpretación de las ideas1.
Para ser sincero, primero leí “Ensayo sobre la ceguera”, pero para que leyera “sobre la lucidez” pasaron al menos dos años. El primero fue compañero de viaje hacia el sur de México; el segundo, acompañaba mi aventura -y postura- para justificar mi blanquismo desde los 18 años y manifestado en las urnas del 2006, por suerte, la tolerancia de mis amistades no condujo a que fuera denunciado por “traidor a la patria” ante las autoridades correspondientes. Aunque los “cercanos a mi” reprocharan que en una elección tan reñida en México, como fue la de presidente del país, simplemente me desentendiera del futuro de “México”. Es probable que triunfadores y blanquistas del 2006 sean vistos, por los derrotados en las urnas, en la opinión pública y los tribunales, como culpables de la “guerra contra el narcotráfico” que vive nuestro país y que se está ganando, aunque no parezca, al menos eso reza la publicidad oficial.
En Ceguera, los habitantes de una ciudad comienzan a vivir una epidemia que no saben de dónde surge y por qué desaparece, caracterizada por reducir la visión a una cortina blanca que sólo deja ver sombras y luces. En palabras de Saramago es “comounmardeleche” que provocará la aparición de los deseos más ocultos y el egoísmo de sobrevivencia que se manifiesta en las personas en momentos críticos, aunque, como sostenía en párrafos anteriores, la solidaridad se convierte en la contra parte de lo oscuro. Egoísmo y solidaridad están conectados como mecanismos para sobrevivir.
En el reino de los ciegos el tuerto es rey, señala un dicho popular, que es retomado en las páginas de Ceguera y Lucidez, palabras más palabras menos, para explicar que aquellos ciegos de hace años o desde nacimiento tendrían mayores capacidades de sobrevivir ante la ceguera que viven los habitantes de una ciudad sin nombre y donde los nombres de los personajes son lo que menos importa. En el hoy importa el “mira ahí viene la buenota”, “ya está llegando el jefe”, “ya llegó la matada”, “ya está aquí la ‘secre’ que se tira a medio mundo”, “ya está ‘el censurador’”… y entonces los adjetivos, sin nombres propios, describen nuestro mundo y lo que percibimos del “tú”. A los personajes de Saramago en Ceguera y Lucidez se les recuerda por sus acciones y como los adjetivamos.
En medio del “mar de leche” y ante la incapacidad del gobierno para solucionarla, su pronta expansión, como si de un virus de computadora se tratara, los protagonistas de la novela, que fueron los primeros infectados y que, por casualidades del destino, coincidieron en el consultorio de uno de ellos, terminan en cuarentena con decenas de desconocidos que se organizan para sobrevivir, muchos a costa de la vida de otros.
Así, la nueva comunidad en cuarentena que está aislada del resto de la ciudad capital de un país sin nombre, pero que se caracteriza por tener elecciones democráticas, vivirá el olvido de los gobernantes y la fuerza pública que vive la realidad de la ceguera que los ha alcanzado. La lucha por la sobrevivencia desencadena la confrontación de los protagonistas con una banda de ciegos encabezada por una persona que estaba ciega antes de que la ceguera blanca comenzara. Ante el poder del ciego “histórico” los nuevos ciegos tendrán que pagar su sobrevivencia, hasta llegar al trágico episodio de entregar a las mujeres a cambio de comida. Como señalaba al inicio de este texto, a veces se desconocen los acontecimientos que nos hacen reaccionar, la violación de las mujeres hará reaccionar a nuestros protagonistas, que son encabezados por una mujer que se ha hecho pasar por ciega y que según Saramago, es la única que no se ha quedado ciega en toda la ciudad. Ella es responsabilidad, compromiso, amor y esperanza. Es palabra y acción.
La lucha por el poder, el abandono de las autoridades y la búsqueda de mejores condiciones de vida llevarán a los protagonistas a abandonar la cuarentena en medio del fuego y los bajos instintos de la humanidad.
En medio de una ciudad en ruinas y hermanados por todo lo que han vivido, los protagonistas sobreviven bajo las órdenes de la mujer que ve y que los guía por medio de una solidaridad que recuerda el otro extremo de los instintos más bajos del ser humano, pues para enfrentarlos siempre necesitaremos la contra parte de ellos, igual de poderosa y llena de misterios para entender su aparición.
Estamos ante el “estado de naturaleza”, la ley del más fuerte, los momentos en donde el hombre pelea por su propia vida y aún así, el orden entre los protagonistas, los hace unirse para sobrevivir sin atentar contra otras vidas, sólo contra aquellas que las agreden, que las quieren desaparecer. En eso estábamos en Ceguera, en los extremos de la vida sin orden establecido, sin leyes que sean respetadas, en la soledad del hombre en medio de los gritos que provienen de los otros, en imponer la fuerza como único canal de comunicación porque las palabras han perdido todo significado; cuando la lluvia aparece en la ciudad y en poco tiempo, la epidemia que ha llegado de manera inexplicable se va para nunca ser explicada. Hay ciegos, que viendo, no ven, palabras más, palabras menos, termina Saramago.
En Lucidez el blanco se vuelve a mantener en la ciudad capital sin nombre. Esta vez, la ciudad vive un proceso electoral como cualquiera que se lleve acabo en los países “occidentales”, los partidos están listos, sin siglas rimbombantes que nos conduzcan a la “Acción Nacional”, a lo “Revolucionario Institucional” o a una “Revolución Democrática”, son simplemente el partido de la derecha, del medio y de la izquierda, queda claro que en Saramago la dicotomía “derecha/izquierda” todavía explica parte de la política, pero, como manifiesta en esta blancura que aparece en las boletas electorales limpias, sólo maltratadas por las manos de los funcionarios de casilla y el elector, que siempre es ciudadano, ya no responden a las demandas ciudadanas.
Sí, la dicotomía “derecha/izquierda” se ha vuelto una caja vacía en muchos lugares de Occidente, no porque las soluciones cada día se parezcan más, sino porque cada gobierno, de un lado o de otro, se tocan cada vez más por las cuestiones negativas ¡Que la derecha y la izquierda avienten la primera piedra si en algún lugar del mundo no han cometido algún acto de corrupción! Así se popularizó en todo el mundo la indignación de “todos son iguales”. En México la frase que se popularizó después del 2000: “todos roban, pero unos comparten más que otros”.
El voto en blanco que se manifiesta en las urnas de esta ciudad capital termina por arrasar en las elecciones, gana todo por mayoría y los políticos en el gobierno y aquellos que son oposición por fin se ponen de acuerdo en algo: el blanquismos, los “blanqueros”, atentan contra la democracia que los ha encumbrado. Desde el partido que gobierna, que es la derecha, hasta la minoría que en cualquier momento desaparece, la izquierda, se comienza una investigación para aclarar lo que ha pasado, pero si en Ceguera se encerró a los primeros infectados, los señalados por el dedo como extraños, en Lucidez el gobierno no se anda por la “ramas” y aísla a toda la ciudad, sin antes haber huido bajo la oscura madrugada de una ciudad que se siente en blanco en su postura política.
Como si fueran políticos mexicanos o latinoamericanos, los gobernantes se apresuran a buscar culpables sobre el gran “complot”, “conspiración” que se ha fraguado a costa de la ignorancia de los ciudadanos para votar en blanco en contra de aquellos que han dado todo por estar en el servicio público. No hay culpables detenidos, no se ubica a nadie, pero en el discurso se da por hecho que hay culpables que más tarde que temprano tendrán que caer en las páginas del libro y si no los hay, que para eso está el gobierno de la Lucidez, tendrán que inventarlos. Al final, el complot siempre funciona cuando hay un enemigo que permite materializar el discurso en tiempo y espacio. La retórica, por ejemplo, de “la mafia que se adueño de tal país” siempre necesita, en determinado tiempo, nombre y seña de quién conforma a los “complotistas”, a los “traidores de la patria”. No faltará ciudadano que en la desesperación del aislamiento consiga desarrollar la creatividad y termine por contar algún crimen que se cometió en el último gran evento antes del voto en blanco, la ceguera de la vista y entonces, ante la falta de una explicación lógica sobre por qué una mujer no se quedó ciega, denuncie este hecho ante las autoridades que preocupadas por el voto en blanco buscan quién pague.
Por supuesto, en toda crisis política siempre hay un político que busca protagonismo para poder impulsar su carrera, Saramago no lo olvida y el Ministro del Interior se convierte en el político que intenta sacrificar todo por salvar la patria y ganar un futuro lleno de gloria. Ante la denuncia, un equipo de investigadores, que han recibido las órdenes de dar con los culpables del blanquismo electoral, son enviados de manera encubierta y borrados de las bases oficiales a la ciudad capital aislada para buscar a la culpable del voto en blanco, la dama que en Ceguera no se quedó ciega. Sea o no culpable, ella tendrá que pagar la osadía de no haber visto el “mar de leche”. Obvio, fue traicionada por una de las personas que ayudó durante la epidemia, pero dar más detalles puede llegar a ocasionar el trauma de la clásica persona emocionada que vuelve del cine y cuenta el final a un amigo que está impaciente por ir a ver la película. De todos modos, no dar esta información mantiene el objetivo de este texto.
El equipo de investigadores está a un paso de la gloria en la novela de Saramago, se trata simplemente de cumplir las órdenes, pero el escritor portugués decide un alto y plantea que el líder de la investigación no quiere construir ningún culpable, se retuerce, sin saber qué lo ha motivado, ante la idea de su superior, no logra realizar la orden y termina ayudando a su “presunta culpable”.
En el poder político se construye todo un discurso que ha dado con los conspiradores del voto en blanco, la prensa en su mayoría (nunca falta un periódico que busque la crítica, aunque al final sea castigado) da por hecho que la patria se ha salvado y que el gobierno ha hecho bien su trabajo; aunque lo que se ha salvado es el status quo de los que gobiernan y cogobiernan. Los balazos suenan y todo termina. Nada parece haber cambiado, sólo regresado a la normalidad, como pasó en Ceguera. ¿Finales pesimistas o realistas los de Saramago?
No sé quien sea el autor de aquella frase de que “la realidad termina superando a la ficción”. Será que los dos finales de Saramago son pesimistas porque los ciudadanos no logran ir a la ofensiva y terminar con sus “opresores”, se consuelan con regresar a los espacios públicos y privados que mantenían antes de las catástrofes que las historias cuentan.
Son dos obras llenas de política, no porque sean cuestiones de gobierno y poder, sino porque suceden en lo público, no consanguíneos que se reconocen en el espacio que comparten como iguales, aceptando que son diferentes, pero que todos tienen derecho a la existencia y que buscan pelear por su libertad. Son dos novelas cargadas de política, porque en ellas se configuran los valores de una sociedad en crisis, se intentan institucionalizar formas de convivencia y cuando unos cuántos lo hacen, aparecen las minorías desorganizadas que se funden en la ciudadanía para salir a declarar la generalidad que las satisface, los acuerdos mínimos que los llevan a vivir en conflicto, pero no en violencia, sí en paz, aceptando que siempre habrá diferencias que tendrán que ser zanjadas por el diálogo.
La reinvención de la ciudadanía
¿Qué se reinventa en la Ceguera y Lucidez de José Saramago? La ciudadanía, los personajes que son adjetivados por sus posturas ante los eventos que suceden en lo público y que ven como lo privado, lo que se oculta en el espacio que sólo es de ellos y que comparten sólo con aquellos a los que otorgan sentimientos, es invadido, alterado por lo que sucede afuera, pero dentro de sus vidas.
En efecto, la idea de comunidad es superada en los “ensayos” de Saramago por la libertad de actuación de sus personajes, son ellos los que deciden integrarse de tal o cual manera en el problema, toman el papel que desean a pesar de los roles que les han puestos sus jefes, sus costumbres o sus allegados, seres queridos la mayoría de las veces.
En Ceguera, la protagonista, la señora que no se quedó ciega, siempre está al lado del marido ciego y por los sentimientos que tiene hacia él decide dejar su espacio privado para acompañarlo a la cuarentena, fingiendo que es ciega. Hasta este momento, se puede entender que el amor que una persona tiene hacia otra la hizo tomar esta decisión, pero de allí a convertirse en la líder de un grupo de ciegos que sin ella no habría sobrevivido hay una distancia considerable. Los otros ciegos no tienen con ella una relación familiar, no son sus amigos, no los ve todos los días al salir de su casa y caminar hacia el mercado o cuando hace su rutina cotidiana, son para ella simples extraños que comparten con su marido la desgracia de estar ciegos, ella se presenta ante ellos como su igual en condiciones físicas, sólo ella sabe que no lo es. Es su igual al aceptar la desgracia, al compartir la soledad que siente ante la pérdida de la visión de su marido y la propia depresión en la que se encuentra. Es su igual porque ella lo ha decidido, pero también es miembro de la comunidad que los ciegos han formado porque ella se ha querido integrar, al igual que los ciegos han decidido formar un pequeño grupo que les permita enfrentarse a otros en esta lucha por sobrevivir ante el más fuerte.
Si sostengo que estos dos libros de Saramago son políticos es porque recuerdan las concepciones básicas de Aristóteles y de la filósofa política Hannah Arendt, ya sea en La Condición Humana o ¿Qué es la política?, cuando los dos autores demuestran que el hombre es político porque se une a otros hombres por la simple necesidad de sobrevivir. No tenemos las garras y la fuerza del león, el peso y altura del elefante o el compacto cuerpo de una cucaracha, sólos ante la naturaleza somos nada, lo más débil en la faz de la tierra, pero unidos y en plena práctica de la razón, somos los más fuertes, llegando al extremo de ser los únicos que nos podemos destruir. Por ello los textos de Saramago son políticos, porque muestran que el ser humano se une en pleno ejercicio de su libertad a otros extraños para sobrevivir, pero también para ejercer lo más básico de la libertad, vivir.
Sobrevivir sólo conduce a satisfacer las necesidades básicas. Vivir conlleva las expresiones y emociones que nos conducen a la experiencia de vida, a no querer abandonar el mundo en el que estamos, el temor a la muerte. Vivir es la búsqueda de la felicidad, la práctica del amor, que siempre es oculto porque sólo nos lo explicamos, bien podemos sospechar que la señora que ve se queda con el ciego por amor, pero sólo ella sabe qué significa estar con él, así la engañe con otra ciega en la cuarentena, por necesidad o por identificación, pero la que ve se queda a su lado por el amor que siente o por lo que es ella cuando está con él.
Los “ensayos” de Saramago son políticos porque conducen, indican y demuestran que los protagonistas buscan la acción para poder tener la garantía que sus vidas podrán seguir existiendo. Saben que si uno se va, llega la muerte con la violencia que los casos de caos ameritan, el grupo se debilita y se convierte en presa fácil para los otros.
Es acción porque después de la ceguera, cuando la vista regresa a los protagonistas y a todos los ciudadanos de la ciudad capital el hombre busca regresar al orden, es probable que no al deseado imaginado antes de la ceguera: No se alcanzan nuevos estadios para la sociedad, pero sí regresa al orden deseado que resolvía el conflicto por medios pacíficos. Es ese orden de respetar los semáforos, aunque de vez en cuando, una vez en la vida para saber que se siente o por tener un acto de irresponsabilidad por la premura de una actividad particular, termine pasando uno, con la seguridad de no perder la vida, con el carro a toda velocidad y la luz roja encendida. A pesar de este orden imperfecto, que no deja de ser caótico por todo lo que implica la vida en sociedades complejas, con actores diversos, las sociedades occidentales, y me atrevo a decir que todos, cada una por sus métodos, buscan llegar al orden deseado, que todo funcione bien y las cumbres que nos planteamos para nuestras vidas se puedan alcanzar. Aspiramos a más aunque no lo alcancemos, es lo que nos motiva. En Ceguera y Lucidez no faltan las frases o las ideas que indican “cuando esto acabe, haremos tal o cual cosa”, son pocas aquellas que indican de manera directa: lección aprendida.
Se ha aprehendido que el orden siempre vive en esa cuerda estirada que se rompe por lo más delgado, aquello que las sociedades siempre quieren arreglar, soportar, reforzar. El problema es que después de la ceguera, sólo se busca regresar al orden anterior, que ya no será el mismo por la experiencia vivida, pero que quiere mantener el fondo de la cosa pública sin mover de lugar los engranes, que todo camine como antes, que todo se vuelva a perder en un determinado tiempo, como si la historia fuera cíclica; no lo es, considero que las sociedades aprenden de la piedra con la que han tropezado, aunque más adelante del camino haya piedras similares, el tropezón que sigue es enfrentado con cierto aprendizaje que nos va mostrando soluciones. Las sociedades no cambian de un día para otro y la gota que derrama el vaso de la paciencia siempre es la menos esperada.
Lucidez es la muestra clara que la ceguera de la vista ha llevado a los ciudadanos de la ciudad capital sin nombre a tener nuevas experiencias que suman a los problemas cotidianos que enfrentan y la forma en que el poder se ha aplicado. Los hechos se pueden resolver por un momento, pero las sociedades actuales han desarrollado la memoria, nunca olvidar lo que ha sucedido, tenerlo presente para no volver a cometer los errores.
Es muy cierto, el paso del tiempo y la aparición de nuevas generaciones que no han sufrido los embrollos y autoritarismos del pasado las puede conducir a que no conciban el valor de la libertad en los extremos, pero tener presentes las grandes guerras, como fueron las mundiales, entender que en la violencia sufren todos, nos puede llevar a la construcción de límites más estrechos a favor de la libertad, no tolerar actos tan salvajes o extremos como los de hoy en nuestro país. No es necesario llegar a tener la guerra contra el narcotráfico que hoy vive México para que otros países comiencen a actuar para no llegar a vivir lo que actualmente padecemos los mexicanos, el éxito de las generaciones futuras está en prevenir, si en otro país hoy ven lo que sucede en México es hora de empezar a atender el problema y no esperar a que un día despertemos con la sangre en las narices y el miedo entre las cobijas2.
La reinvención de la ciudadanía consiste en parar de tajo aquello que parece establecido, aquello que indica que así funcionan las cosas, como el votar siempre por los partidos políticos, que eligen previamente, por métodos no democráticos o democráticos, a los candidatos por los que votaremos. Así, Lucidez indica que el voto en blanco es parte de la reinvención del ciudadano como individuo y como colectivo al reconocer que hay otros que están ¡hartos! de determinada cuestión por diversos motivos, pero que la situación es intolerable.
Votar en blanco es la posibilidad de dar un nuevo valor al voto, fortalecerlo. Votar en blanco no es atentar contra la “patria”, pero sí contra un orden establecido que ya no satisface las demandas de los ciudadanos. Votar en blanco es revalorar la democracia, pero separarla del funcionamiento que tiene en la clase política y gubernamental. Es oxigenar la política profesional y reconocer que la ciudadanía tiene un peso indicado para cambiar la forma en la que opera el sistema político.
En otras palabras, la democracia y el voto, como cuestión que la operativiza, es la posibilidad que tiene la sociedad para decidir sobre la sociedad. Es enfrentarse a lo que ya no encaja en la sociedad actual sin la necesidad de llegar a la violencia generalizada. El voto, es la expresión medible de la opinión pública. El voto en blanco indica insatisfacción con la clase política, los representantes y con aquellos que tienen el monopolio para acceder al poder, los partidos políticos.
El voto en blanco dejará de ser blanco cuando alguien convierta ese voto a su favor, si esto se logra, indicará que la ciudadanía vuelve a sentirse representada.
Por otra parte, el voto en blanco reafirma el respaldo a la democracia y el rechazo a los representantes. Reafirma a la democracia porque el presentarse en las urnas muestra que estamos de acuerdo con los mecanismos para elegir a nuestros representantes, que queremos participar en la construcción de la sociedad, pero también que no estamos de acuerdo con aquellos que pueden hacerlo, ni en cómo lo hacen.
Además, indica que se ha manifestado la posibilidad de comenzar a razonar el voto no sólo para elegir por quién votar, sino en el sentido que si faltan opciones de representatividad se votará en blanco. Si en el actual mercado electoral no existe una opción con la cual el votante se sienta identificado, puede asumir la postura del voto sin tener que entregar su elección al menos malo. En otras palabras, el voto en blanco, a diferencia del abstencionismo y el voto por partido o candidato, deslegitima a los actores políticos pero no a la democracia, demuestra que está de acuerdo con la posibilidad de participar, la molestia es con las ofertas que se plantean en el escenario democrático.
“Ensayo sobre la lucidez” de José Saramago es precisamente la respuesta de la ciudadanía hacia sus representantes es en una serie de construcciones imaginarias de los gobernantes que permitan explicar a la gente por qué ha votado en blanco. Muestra a los políticos evadiendo las señales que manda el voto en blanco, construyendo explicaciones que evaden la explicación que viene de la realidad, lo que se percibe de ella. Los políticos de Lucidez buscan una explicación fantástica que no los convierta en culpables, que lo exculpe y al mismo tiempo los reconozca como los salvadores de la patria por haber localizado el “complot” del cual eran presos los ciudadanos de la capital que votaron en blanco.
Más allá de las construcciones de los políticos y sus explicaciones, Saramago regresa al individuo para explicar que cada uno tiene sus motivos para expresarse en público y que el voto en blanco de un ciudadano tiene sus propias causas y motivos que pueden coincidir entre aquellos que lo han hecho por el hartazgo hacia la forma en que se practica la política profesional. Los motivos particulares son varios: hartazgo a la corrupción, falta de respuesta a las demandas, mentiras políticas, a la opulencia con la que viven los políticos, etcétera.
Saramago alerta sobre que el espacio público político, el que es de todos y no es de nadie, necesita atención en la actualidad, llegar a votar en blanco es simplemente el triste final de una serie de episodios que pudimos evitar y que nadie evitó porque estaba muy ocupado en su vida “social”, en el yo que ha dejado de preocuparse por el tú.
Si en Ceguera, Saramago demuestra que Occidente en varios territorios está tocando fondo y que será el humano el que se destruya o se rescate, Lucidez muestra que llegar a los extremos en los que nos encontramos son, simplemente, el resultado del abandono de la preocupación por lo público en manos de unos representantes que han entendido el poder no como algo dado, sino como algo propio. Por supuesto, votar en blanco es un síntoma también de que se puede frenar la colonización del espacio público político por parte de los representantes que operan bajo la lógica de sus propios intereses. A pesar de esto, el voto en blanco no es ofensivo, es defensivo, el último acto defensivo ante la política profesional y comienza el tránsito, el cruce de la defensa hacia la ofensiva.
Democracia y ceguera contemporánea
Pensar que el voto en blanco va a resolver todo es la ceguera de las sociedades actuales. El voto en blanco es sólo una postura ante la representación política realmente existente y es también un grito a favor de la democracia. El voto en blanco es una acción en tiempo y espacio que comienza en el proceso electoral y termina en la urna. Allí donde termina, debe surgir la consecuencia del blanquismo, el activismo político que el blanquista practicará para retomar el espacio público.
En otras palabras, después de votar en blanco, el ciudadano adquiere un compromiso consigo mismo y su sociedad para dejar la pasividad y comenzar a generar la sociedad que desea, la recuperación del espacio público político, desde su casa, su calle, su colonia, encontrarse con aquellos con los cuales ha coincidido en el hartazgo político.
Los partidos políticos lograrán recuperar el voto cuando abran las puertas a la ciudadanía, cuando logren otorgar las candidaturas a los ciudadanos que recojan y representen las demandas ciudadanas. No es descabellada la acción de las reformas políticas que piden la existencia de las candidaturas ciudadanas, como una ampliación de los canales para acceder a los puestos políticos, pero también como respuesta a la nueva pluralidad de ciudadanos y grupos de la sociedad civil en el espacio público que quieren influir en el poder y no pueden hacerlo porque no cuentan con los mecanismo para hacerlo.
El voto en blanco es un medio para poner fin a la partidocracia e iniciar el activismo ciudadano que influya en las decisiones que afectan a la sociedad. Si el voto en blanco se queda en las urnas solamente, sin acciones posteriores, se perderá en explicaciones de candidatos y políticos que sólo jugarán con los porcentajes “blanquistas” de cada elección.
Saramago y política: innovación o regreso
La postura de José Saramago sobre votar en blanco puede ser radical e interpretada por muchos, en especial por sus críticos, como una opción que sólo lleva al caos y no consigue el cambio en la clase política y los gobernantes, pues al final del día electoral, así vote una persona, habrá un ganador. Aunque la representación política es más que elegir a políticos para el gobierno, pues la representación indica una legitimidad ante los representados. Sin legitimidad no hay operatividad de gobierno, no se puede gobernar, las acciones de los gobiernos, la construcción de calles, poner un semáforo, hacer una presa, una escuela, se convierten en afrentas para los habitantes afectados, ya nada representa a la ciudadanía, más que la oposición a la obra del gobierno, así sea favorable, se desconfía, se busca lo oculto, el cinismo con el cual regresan a pesar del rechazo.
Desde mi opinión, que no deja de ser el resultado de mi estado mental, aunque a la democracia le baste con la opinión pública y no menos, como señala el politólogo italiano Giovanni Sartori (Elementos de teoría política), José Saramago es radical en su postura no porque innove, sino porque plantea un regreso a lo básico de la democracia -muy parecido al que plantea Hannah Arendt, Cornelius Castoriadis o el politólogo mexicano César Cansino- o sea, entender que la democracia tiene en el centro a la ciudadanía no la permanencia del gobierno, de los políticos profesionales realmente existentes como clase política.
El regreso a lo básico de Saramago, que lo hace radical, es entender que en la democracia importa la ciudadanía (el 99%), no la permanencia de la clase política (el 1%). Por ello soy blanquista.
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Referencias:
-Arendt, H. (2001). ¿Qué es la política? España: Paidós ICE/UAB
-Arendt, H (2005). La condición humana. España: Paidós.
-Saramago, J (2004). Ensayo sobre la ceguera. México: Punto de lectura.
-Saramago, J. (2006). Ensayo sobre la lucidez. México: Punto de lectura.
1Para ahorrar caracteres a “Ensayo sobre la ceguera” lo llamaré simplemente Ceguera y a “Ensayo sobre la lucidez”, obvio, Lucidez.
2 Esto aplica para los estados de México donde todavía el narcotráfico no se ha quedado con el territorio y la violencia todavía no es pan de cada día, balazos perdidos en cualquier esquina y cuerpos mutilados con estética salvaje que muestra la idiosincrasia de “nuestros” sicarios.
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