OAXACA, México.- Hemos asistido a la crisis de nuestra democracia en la primera década del Siglo XXI, la cual, posiblemente, haya nacido en crisis. Los mexicanos nos hemos acostumbrado tanto a la palabra crisis que ya deberíamos de hablar de que vivimos en crisis, pero que ahora estamos en la crisis de tal o cual cosa, de tal o cual sistema: la crisis económica, la crisis política, la crisis de seguridad y la crisis social que asusta a las buenas conciencias de nuestra patria en crisis.
Nuestros gobiernos, empresarios y clase política siempre se empeñan en convencernos de que la crisis que vivimos, o sea, la nueva crisis particular que llena de contenido a la crisis de largo plazo, va a ser vencida por nosotros, nadie nos vence, pero tampoco vencemos a alguien o algo, porque la crisis profunda sigue allí. México está en crisis, no la que vive el mundo hoy o vivirá mañana cuando las bolsas se vuelvan a quebrar, cuando los fundamentalistas en nombre de algún Dios estallen otra vez el primer mundo o cuando los “ultras” políticos terminen por vencer en las urnas. Nadie nos derrota y a nadie derrotamos, todo parecer seguir igual, pero no es así. Vamos en picada y no sentimos la caída, entonces la idea no se representan como una caída.
Recuerdo el ejemplo de Al Gore en su documental “Una verdad incómoda” sobre una “rana” que estaba en un recipiente con agua el cual estaba encima de un fuego que se incrementaba de manera constante en cantidades que el animal no percibía como peligrosos. A México y los mexicanos nos está pasando lo mismo: el caldero político se ha incrementado poco a poco que la situación de la sociedad de México parece que no ha cambiado, ni para atrás, ni para adelante. Sólo los partidos políticos nos recuerdan lo bien que va el país o lo mal que va México.
La situación es que nada es totalmente extremo, ni los que dicen que el país va mal en todos los sentidos tienen razón, ni aquellos que dicen que todo va bien tienen la razón. Siempre hay la declaración moderada y un tanto más sensible de lo que pasa en el país que nos indicaría que en algunas cuestiones hemos mejorado o han aparecido grupos para tratar de atender lo que va mal o denunciar la aparición de nuevas cuestiones negativas. A pesar de los matices que se puedan hacer, el país, como he mencionado anteriormente, no va en picada, sino que está al interior de una cacerola que recibe el incremento constante de un fuego que se ha vuelto imperceptible, nos incendiamos y no percibimos la violencia porque esta no es generalizada; además, la hemos fragmentado en clasificaciones que evitan que se vea como un todo y sí se sabe que pertenece a un todo, pero que este no está ante nosotros, sino ante aquellos que la viven y aquellos que la padecen están lejos de nuestra realidad. Obvio, la violencia es parte de México, pero no de nuestro México, de nuestra calle, nuestra colonia, sino de la suya, es “su problema” el que no se ha resuelto, por elegir malos gobernantes. En otras palabras, el mexicano ha fallado en las urnas, por elegir al político “ratero” que ya no pertenece a nuestro México, sino al México de ayer.
Ni el político de ayer, ni el político de antier, son parte del pasado, son lo de hoy, el presente de un país que se debate entre lo heredado del autoritarismo y lo poco que hemos avanzado para construir el famoso “México Democrático” que llena nuestras bocas y no se termina de palpar con seguridad por nuestras manos.
El 2000 y la llamada “democracia electoral” delimitan las opciones para el cambio político que nos hemos planteado los mexicanos, seamos activos o no. Porque el pasivo con su propio silencio se vuelve cómplice de los activos. En esta delimitación para los cambios de largo alcance, totalmente transversales a la sociedad mexicana, que nos afectan a todos, la clase política que ha vivido de la aparición de la democracia en México se ha dedicado a limitar más el mecanismo de “democracia electoral”, al considerar que sólo se debe quedar en el voto del ciudadano. No hay más. Siempre deciden en el poder legislativo lo que nos favorece y nos daña. Aunque comúnmente lo que puede favorecer a los mexicanos termina desdibujado y aniquilado por cualquier tesis discursiva perversa que nos dice que no estamos preparados para el cambio o que puede ser contraproducente porque no hay condiciones adecuadas. Así las demandas de la ciudadanía, limitadas por ella misma al concierto de opciones que da la democracia electoral, se han vuelto el pretexto idóneo para hacer pedazos, modificarlas a gusto, convenencieramente a gusto, la participación ciudadana y sus anhelos por construir mayor democracia.
En efecto, la llamada “Reforma Política” que llevamos años construyendo en el poder legislativo y ejecutivo ha surgido desde la ciudadanía, la que es afectada, para bien o para mal, por la forma en que se practica la política en México.
No hay reelección legislativa porque la lucha histórica de muchos “próceres” de esta país fue en contra de la “reelección”, pero, acaso, ¿somos la misma sociedad en la cual lucharon los antireeleccionista? ¿acaso la democracia en México no es parte de la lucha de los mexicanos por transformar el país de manera pacífica que razonaron su voto en las urnas? En efecto, los discursos que se oponen y modifican la Reforma Política son parte de los grupos que no creen en la participación ciudadana y su autonomía; ellos creen, que al ciudadano se le puede manipular en cada proceso electoral con un candidato que cumpla con las características de la idiosincrasia de moda en la sociedad mexicana: guapo, moreno tono “latinoamericano”, pelo abundante retocado y organizado “con gel”, delgado, etcétera.
En México no nos hemos quebrado con las crisis económicas actuales que llegan desde el primer mundo ,quebrado en su mayoría o “apretando” ante la situación actual, pero podríamos sufrir menos si tuviéramos un orden legal más amigable con el paradigma económico actual, sin que este tuviera que ser interpretado como entreguista. México está hecho un mar de lágrimas particulares por la guerra contra el narcotráfico, pero no hay una lágrima colectiva; pues los políticos mexicanos no han reconocido que esto es culpa de ellos, de todos, no del presidente en turno, únicamente. Son culpables porque promovieron un sistema de corrupción por largas décadas.
Sí, no estamos mal en todo, ni estamos bien en todo, la forma es diversa, el problema es el fondo, en lo que se está sosteniendo la realidad mexicana, esa ya no responde a lo que demanda la lucha ciudadana: más democracia. La apuesta para los pilares de México, el fondo, por parte de los políticos es que todo siga igual, ellos como los únicos que pueden acceder y mantener el poder, porque de seguro sólo ellos tienen experiencia. El problema es que este modelo sólo nos mantiene como “ranitas” en comal de estufa. La putrefacción del país es gradual. Sin la reforma política la convivencia social no se podrá recuperar. Sin la reforma política, el sistema político no puede garantizar una estabilidad política acorde a la democracia. La estabilidad que proponen los políticos es aquella que proviene del régimen autoritario.
Nota: Publicado en el suplemento Ágora el 31 de octubre 2011
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