En el día 11 de este #DiarioDeCampaña escribía que el priista Francisco Rojas, coordinador de los diputados federales del PRI, despreciaba la alternancia del 2000, la reducía a la simple lucha entre los partidos políticos por gobernar México sin contextualizar las aspiraciones de los mexicanos en materia política que se manifiestan desde la década de los ochenta.

Este 15 de abril en un mitin en Ciudad Valles, San Luis Potosí, Andrés Manuel López Obrador ha cargado en contra de la alternancia partidista del año 2000.

“Ya se pudrió este régimen, ya no hay forma de encontrar la salida si no llevamos a cabo un cambio verdadero. Hablamos de un cambio real, no demagogia… Es más de lo mismo, es el engaño de la alternancia, si ya no dominaba solamente el PRI o al revés, llegaba el PAN, que las cosas iban a cambiar, y es lo mismo, ¿o hay un cambio?”

¿Por qué no ganó la izquierda partidista en el año 2000? ¿cuál ha sido el rol que ha jugado la izquierda partidista durante estos 12 años en que el PRI no gobierna para buscar un “cambio de régimen”? ¿Qué ha propuesto la izquierda partidista en estos 12 años de alternancia?

Andrés Manuel López Obrador comete el error del PRI al descalificar la alternancia del 2000 y, con ello, despreciar la participación ciudadana que permitió el cambio de partidos políticos que oxigenó a la transición política hacia la democracia.

El candidato de la izquierda partidista olvida que la alternancia del 2000 brindó a los partidos opositores en el régimen autoritario priista la posibilidad de dar el siguiente paso en la transición política, la instauración. Para llevar a buen término se debían cumplir dos cuestiones: la democratización y la liberalización.

La democratización busca poner en clave democrática al régimen político, esta parte del proceso de instauración solo se puede hacer por medio de una Reforma del Estado, o sea, que las instituciones políticas y leyes que soportaron al régimen autoritario sean destituidas y sustituidas por unas instituciones y leyes que representen las demandas ciudadanas y garanticen la competencia partidista. En el mejor de los casos y si es viable, tener una nueva constitución que reconozca el dispositivo simbólico de la democracia.

La liberalización permite la inclusión de los grupos políticos que compiten por los puestos de elección y que el proceso de transición no caiga en escenarios de violencia generaliza. Comúnmente en el proceso de liberalización se garantiza la sobrevivencia de los grupos moderados de la fuerzas autoritarias, ya que ellas garantizan canales de diálogo que proporcionen un grado de estabilidad política que no sacrifique la transición.

México ha vivido un proceso atípico de transición política. Nuestro proceso de instauración política no cuenta con un proceso de democratización, sólo de liberalización que permitió la sobrevivencia del PRI, pero también de sus prácticas de gobierno como de instituciones y leyes que no concuerdan con la democracia y sí con muchas formas de hacer política que fueron reales durante el autoritarismo. La falta de democratización del régimen político en México ha llevado a que el ciudadano tenga una participación mínima en la política mexicana actual. El ciudadano sigue en niveles mínimos que se reducen a solo asistir a las urnas. No hay ni mecanismo de democracia semidirecta, ni un entramado constitucional que responda a las demandas democráticas.

Doce años después, la izquierda partidista y el oficialismo panista no han logrado ponerse de acuerdo. En todas las ocasiones porque no han logrado constituir como partidos políticos una mayoría parlamentaria. También, porque los dos partidos que trabajaron por la democracia no logran dejar sus diferencias ideológica, protagónicas y de costo electoral.

Andrés Manuel López Obrador puede criticar que la alternancia ha fracasado, pero debe concretar dicha crítica reconociendo que los partidos políticos que lo apoyan, así como los grupos que dirige no han sido colaborativos en el poder legislativo, lugar donde se debe continuar la instauración democrática.

Desde el año 2006, cuando la izquierda partidista logró convertirse en segunda fuerza parlamentaria y el PAN en primera, los resabios del proceso electoral más la posición no colaborativa de Andrés Manuel López Obrador condujeron a que la estabilidad del poder legislativo quedara en manos de la tercera fuerza política, el PRI. Después de tres años donde el priismo demostró los altos costos que cobraría por dejar gobernar al Presidente Calderón y una izquierda partidista minimizada, los moderados del PRD y Convergencia decidieron sentarse a negociar con el PAN, era demasiado tarde, pues el PRI desde 2009 hasta la fecha es mayoría legislativa. Ni la reforma política, ni las estructurales han pasado.

La alternancia política es atípica, corre el riesgo de terminar, fracasar, pero no solamente por la incapacidad del PAN, sino por la falta de colaboración de la izquierda partidista que se muestra como “impulsora del cambio democrático en México”, pero también porque durante casi 5 años AMLO se dedicó a denostar a todos aquellos que se atrevían a coincidir con el PAN o con alguna propuesta, también descalificó diversas luchas de la sociedad civil en materia de seguridad.

Hace unos días AMLO señaló ante grupos empresariales que el país no necesita de reformas estructurales, para él solo se requiere una renovación moral del político, o sea, una regeneración del régimen político heredado: el autoritarismo. La democracia no puede depender de personajes, depende de instituciones. Al menos con AMLO queda claro que no quiere continuar la democratización, el PRI ni siquiera ha dado muestras claras de qué quiere para el futuro de México en términos políticos. En efecto, la coincidencia de los partidos políticos es que la mayoría de las propuesta giran entorno al desarrollo y crecimiento económico, pero no hay viso claros sobre la Reforma del Estado que fortalezca la democracia. No hacerlo, hará que la ciudadanía siga dependiendo de la clase política.