Las protestas, la represión, la falta de diálogo, entendimiento y la consolidación de un discurso que ve como enemigos a los opositores políticos, sean o no partidos, en Venezuela demuestra que la democracia se debilita cuando la ciudadanía permite que el gobierno intervenga en los espacios autónomos de la sociedad civil.
La mayor herencia de Hugo Chávez no ha sido el debilitamiento de las instituciones políticas, ni el centralismo económico, sino la división de la sociedad, hecho que le permitió legitimar su forma de gobierno. Este modelo para lograr ganar popularidad es una de las principales causas para entender las protestas que ya superan los 100 días en Venezuela.
La división causada por Hugo Chávez para poder afianzar su régimen, se basó en canalizar el resentimiento de un sector de la sociedad ante los errores de la clase política histórica de Venezuela, antecedente de la oposición partidista actual, que no atendió las carencias económicas y las demandas sociales de las clases desprotegidas venezolanas.
La atención que ha brindado el chavismo y la reivindicación de los menos favorecidos en Venezuela le permitió construir un capital político en donde el victimismo fue un factor determinante para poder transformar el sistema político que contaba con bases democráticas y niveles de corrupción que solo permitían el beneficio de unos cuantos,- para hacer llegar beneficios materiales a los más pobres a cambio de la libertad política.
En efecto, los logros del chavismo en sus programas sociales, no se traducen en la creación de autonomía o de capacidades ciudadanas para poder abandonar escenarios de pobreza sin la dependencia del gobierno, sí en la creación de un estado “benefactor” que atendió las demandas de estas clases mientras tuvo los recursos económicos suficientes y la imagen paternalista de un líder, Hugo Chávez, que eclipsa los errores. Actualmente, el modelo chavista carece de los recursos económicos y del líder carismático, pues ha muerto. La pobreza no ha desapareciedo y las capacidades de autonomía ciudadana han disminuido en los sectores de escasos recursos que están pagando los errores económicos.
Ante este escenario, la herencia, por dedazo -elección realizada solamente por el líder o al menos así se presento en lo público-, del poder en Venezuela a Nicolás Maduro, contaba con dos limitantes que el nuevo líder tenía que tomar en cuenta. Primero, las consecuencias del modelo económico, que ya mostraba síntomas de debilitamiento antes de la muerte de Chavez, no pueden ser achacados al gobernante pasado, pues este es el héroe y fundador del régimen, tuvieron que ser absorbidos por el nuevo líder. Segundo, el triunfo de Maduro no fue lo suficientemente amplio como para señalar que las bases chavistas seguían unidas y no tenían dudas sobre su elección como heredero de Chávez.
El margen mínimo de triunfo de Maduro provocó que se agudizara la desconfianza en el Consejo Nacional Electoral por parte de la oposición y la configuración de un discurso de guerra, llevado al extremo, por parte del oficialismo. Teniendo como consecuencia que el nuevo gobierno no tuviera una legitimidad de origen ante toda la población venezolana, solo en el sector chavista, y acabara en un corto periodo de tiempo con el margen de maniobra política que las elecciones otorgan a un nuevo gobierno.
El abuso de las palabras por parte del gobierno de Maduro para descalificar a la oposición al llamarls agentes del “imperio” o “fascistas”, sumadas a la situación de inseguridad y la negación de la crisis económica provocó que nuevos actores políticos, localizados en las universidades venezolanas, pasaran de la pasividad al activismo político en las calles.
En efecto, las manifestaciones estudiantiles surgieron no porque el gobierno de Maduro negara a la oposición política, sino porque no actuó ante los evidentes problemas de seguridad pública. El hecho que hizo estallar a inicios de febrero las manifestaciones en San Cristobal, Estado de Táchira, fue el intento de violación de una joven en la Universidad de losAndes.
La primera manifestación, como documentan las noticias de esas fechas, se convocó contra la inseguridad, la falta de alimentos, el control de los sicarios en el territorio venezolano y la restricción de libertades ciudadanas. La respuesta del gobierno fue encarcelar a los líderes visibles de la protesta. La consecuencia de la decisión de Nicolás Maduro a no dialogar y no reconocer a la oposición política – no solo partidista- como representante de casi la mitad de la población que voto en la elección de presidente, fue el resentimiento de los otros.
En conclusión, el resentimiento social se mantiene como el factor emocional que ha provocado los cambios políticos en Venezuela. Chávez lo uso a su favor, Maduro, con la inmadurez política que ha mostrado desde que tomó las riendas del poder, lo uso para unir, a una oposición, muy diversa, en su contra.
Qué mostraron las protestas en Venezuela
La coyuntura actual en Venezuela ha permitido observar qué sostiene, todavía, al régimen de Maduro y los efectos negativos del chavismo.
Primero, la intromisión del régimen en otros sectores o esferas sociales que afectan la pluralidad política, como la autonomía ciudadana, ha provocado que la libertad de expresión se vea minada, al cerrar diversos medios críticos o el gobierno, con sus empresarios afines y modelos de desgaste, adquirirlos, como fue el caso de Globovisión que durante todo el gobierno de Hugo Chávez mostró una línea crítica. Por supuesto, no se puede olvidar la estrategia de dejar sin papel a los periódicos críticos al sistema.
Segundo, hay una oposición diferenciada entre partidos políticos y jóvenes. Al interior de la oposición partidista, hay dos grupos que se disputan, sin romper la unidad, el dominio político y mediático de la oposición; por un lado, los moderados encabezados por Henrique Capriles, líder histórico en la oposición al chavismo, que no está de acuerdo con las protestas callejeras y; el nuevo líder -y mártir de estas protestas-, el encarcelado Leopoldo López que considera a la desobediencia civil como el mecanismo adecuado para mostrar el descontento ante los errores del gobierno de Nicolás Maduro y forzar a elecciones anticipadas.
Por su parte, los jóvenes que protestan en las calles ya no tiene como primera petición derechos materiales – seguridad social, subsidios económicos, seguridad, justicia, etcétera- sino derechos posmateriales que se han perdido a lo largo del régimen chavista: libertad política, social y económica. Ellos son los que han cargado con la represión y los muertos.
Tercero, el gobierno de Maduro, para mantener el control entre los grupos chavistas, se ha militarizado más y permitido el control de grupos provenientes de la dictadura cubana, aliada y asesora del régimen chavista desde su origen, proporcionando no solo médicos o educadores, sino complejos sistemas de vigilancia -espionaje- y constructora de un discurso dogmático para afianzar en los primeros años al chavismo. No es casualidad que el discurso de Maduro se mueva en señalar injerencia extranjera, específicamente de los Estados Unidos, aunque, hasta el momento, la única injerencia de un país extranjero, comprobada por los acuerdos políticos y comerciales firmados por el gobierno de Venezuela, es la cubana. Como bien señala Moises Naim en su análisis “¿Cómo conquistó Cuba a Venezuela?”.
Cuarto, la oposición venezolana coincide con el chavismo, al incluir en su discurso la injerencia de un país extranjero mostrando odio hacia Cuba, como el oficialismo lo hace con los Estados Unidos. Dicha posición no abona para que las partes reconozcan que la situación que vive Venezuela es consecuencia de la política interna. Por supuesto, la oposición venezolana muestra que no hay un conocimiento de la oposición cubana a la dictadura castrista, la cual puede ser una de las pocas aliadas que tiene en el concierto de naciones latinoamericanas.
Enseñanzas para Latinoamérica
Los gobiernos latinoamericanos, organizaciones y movimientos sociales que dicen defender la democracia -o al menos pueden existir por los logros, si se quiere mínimos, de la democracia- y se alinean a alguna tendencia de izquierda han guardado silencio. En el mejor de los casos hay críticas tibias por gobernantes como José Mujica -Uruguay- y Rafael Correa -Ecuador- hacia errores económicos cometidos por Nicolás Maduro, pero ni una mención a la violación de derechos políticos, humanos y represión a los manifestantes.
El cálculo político de los gobernantes latinoamericanos ante la crisis de Venezuela ha servido para dejar en claro que mientras ninguno de ellos reconozca actos de represión nadie más tendrá por qué reconocerlos en otro país. En efecto, la grave consecuencia de no condenar los actos de represión y la violación sistemática de los derechos humanos solo permite observar que la vocación democrática de los gobernantes latinoamericanos es mínima y que ante la actuación de uno de ellos, como fue el caso de Panamá, se descalifica considerándolo un simple “peón del imperio”.
La primera enseñanza de Venezuela para América Latina, es que todo acto de represión en los gobiernos de la izquierda bolivariana se justifica bajo el discurso de un enemigo externos. Segundo, que los gobiernos de América Latina en su gran mayoría prefieren el silencio que reclamar el respeto a los derechos humanos y no condenar la violación de las libertades políticas. El claro antecedente de esta actitud se remonta a no condenar la dictadura cubana y aceptar que no existan libertades políticas como la hay en el resto de la región.
La idea del “no intervencionismo” o “neutralidad” en los asuntos internacionales permanece en la lógica de América Latina sin que tenga una base democrática
El mismo caso se puede aplicar a la mayoría de movimientos juveniles latinoamericanos, como el movimiento chileno que encabezó Camila Vallejo que ha logrado puesto políticos y prefiere tomarse la foto con Fidel Castro o descalificar la disidencia juvenil venezolana, antes que reconocer la represión y el derecho a disentir. O el silencio del movimiento Yo Soy 132 en México.
No es que los gobiernos y los movimientos juveniles tengan que estar de acuerdo con la oposición venezolana, pero sí debe haber una base mínima en los países democráticos latinoamericanos, por más imperfectos que sean, para criticar sin cortapisas a los gobiernos que reprimen a aquellos que piensan diferente y se manifiestan de manera pacífica.El problema se debe resolver de origen en América Latina: dejar de tolerar a la dictadura cubana.
Es necesario dejar de pensar que las ideologías son superiores a la realidad y señalar que sirven para justificar abusos que dañan a nuestras democracias, sean de Derecha, izquierda o practiquen un pragmatismo autoritario, como es el caso del PRI.
La democracia siempre está en riesgo y solo sobrevive con una sociedad activa. Lamentablemente, nuestras sociedades latinoamericanas, la mayoría de las veces, reaccionan hasta que casi todo está perdido. La lección que nos está dando Venezuela.
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