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Julio Preciado cantando el «Himno Nacional Mexicano»
Diálogo imaginario para una introducción necesaria
Y entonces, Julio Preciado, se paró a unos cinco metros atrás del home. En el diamante, los dos equipos de béisbol esperaban en silencio el fin del Himno Nacional, pues después comenzaría la batalla por ‘la serie del Caribe’.
Pasaban los minutos y Preciado seguía entonando el Himno Nacional. El “mexicanos al grito de guerra” cada minuto se hacía más largo. El público ‘ignorante’ no sabía en qué momento el Himno había cambiado. Eran las chelas, la mariguana, la heroína, la amapola, las luces, la adrenalina; no se sabía a ciencia cierta, pero nadie podía seguir la magistral interpretación de Preciado.
El Himno, letra a letra, soldado a soldado y en “cada hijo que dio…”, comenzaba a sonar más a una interpretación borrachesca, endoculturizada y traducida del himno estadounidense. Cuando la ‘muchedumbre’ confirmó lo mezclado, comenzó la rechifla, los insultos, los ‘vas y chingas a tu tía’ porque madre, Julio, no había tenido. Para ese momento el rey de la banda -se confirmaba- mostraba su desnudez intelectual… no se sabía el Himno Nacional de México, su patria.
Esto de la patria
es algo difícil de explicar.
Pero más difícil es, comprender eso del amor a la
patria.
“Problemas”. Subcomandante Insurgente Marcos.
Múltiples respuestas patrióticas
La historia de México, como toda historia de una nación, es una construcción inacabada hasta que ésta desaparezca. Aun así, siempre hay esa posibilidad de volver a crear lo desaparecido. Pero ¿será que todas las segundas partes no son buenas?
Las luchas heroicas que ha tenido nuestro país, han ido construyendo poco a poco los llamados símbolos patrios,esas imágenes o figuras con que se representa un concepto moral o intelectual que permite la identificación de una sociedad. Este planteamiento origina dos interrogantes distintas, pero entrelazadas: ¿Cuándo surgió la nación mexicana? y ¿Cómo fue que se fundó la nación mexicana?
Ambas tienen respuestas «aceptables» que nos permitirán ir esbozando la construcción de los símbolos patrios como una posible interpretación de lo que significan y si hoy representan o simbolizan el México que somos y queremos ser.
Para el primer cuestionamiento, debemos recordar la conquista española hacia los pueblos indígenas que habitaban en lo que hoy es México. La llegada de los españoles al «nuevo mundo», hoy América, provocó un intercambio cultural que dio paso a una nueva cultura. Con todo y sin dejar de lado la imposición, por medio de las armas y la religión, de una nueva cosmovisión europea que no logró fincarse de manera ‘pura’ en este continente, sino que se mezcló con algunas costumbres de los pueblos indígenas y de las adaptaciones que hicieron de los rituales de la iglesia católica.
Octavio Paz señala que el mexicano es un hijo de la chingada y con ello, indica que somos ‘hijos de la Malinche’. Todo parece indicar que del intercambio sexual entre una mujer indígena y un español, por medio de una violación, nació el primer mestizo; desde ese momento se marcó el inicio de una nueva nación que tiene, al menos, dos raíces: la española y la indígena.
Una segunda respuesta para nuestro ‘cuándo y cómo’ la podemos encontrar en la lucha por la independencia de México con la que se logra la formación de la nación y el surgimiento de leyes creadas desde gobiernos mexicanos. Esta etapa de la historia, ya no sólo trata de españoles, indígenas y mestizos, se suman las castas, los criollos y nuevos sectores que comienzan a ampliar la gama social del país. Además, la iglesia católica se ha logrado erigir como una institución que termina unificando a los distintos grupos sociales. También, la política no sólo se mueve en incipientes partidos políticos, sino en la actuación de logias masónicas que buscan imponer un modelo de país.
Fue con las logias que inicia la dicotomía continuidad/ruptura con el pasado que México tenía hasta la independencia.
El triunfo de los liberales, y detrás de ellos la logia yorkina, hizo patente la ruptura con el modelo cultural del virreinato y los primeros años del México independiente. Los liberales impusieron un nuevo modelo de país que implicaba el rechazo a la iglesia católica y los pueblos indígenas. Al suceder esto, comenzó el proceso de ‘discrimación’ de la agenda nacional hacia los pueblos nativos, provocando su aislamiento.
México ha enfrentado una serie de guerras al interior y con países extranjeros. Tanto en los conflictos bélicos internos y contra potencias extranjeras, la presencia de Estados Unidos ha sido fundamental. El vecino del norte inclinó la balanza a favor del grupo político que beneficiaba su posición geopolítica en América latina.
Poco a poco, los groovys políticos de este país comenzaron a realizar copias al carbón de las leyes estadounidenses, implicando a la sociedad mexicana a vivir nuevos paradigmas culturales.
La dictadura de don Porfirio trajo prosperidad económica, cancelando las libertades sociales y políticas del México analfabeta. En este periodo las transformaciones de la bandera y el escudo nacional dejaron de ser constantes. Pero la bandera siguió sufriendo trasformaciones menores, dependiendo del grupo en el poder.
La Revolución Mexicana y la Constitución de 1917 pueden ser la tercera respuesta al ‘cuándo y cómo’ nació la nación mexicana. El cambio de símbolos nacionales volvió a ser trascendental. El liberalismo cedió terreno al nacionalismo revolucionario y poco a poco una nueva nación comenzó a surgir. Entonces ¿Cuándo nació México? Las respuestas son múltiples y más profundas.
Actualidad, entre democracia y autoritarismo
La globalización ha traído consigo que el nacionalismo revolucionario pase al festín de la historia. Pensar hoy en el nacionalismo revolucionario, es pensar en un México donde la ley del más fuerte es sinónimo de Constitución Política, es pensar en procedimientos bélicos para cambiar presidente cada sexenio; es pensar en ‘caudillos revolucionarios’ que quieren mimetizarse en el poder; es pensar en la necesidad de un gobierno todopoderoso que tiene que ser responsable de la vida de los individuos porque no tienen la capacidad de hacer absolutamente nada para llevar a buen fin su vida; es pensar en toda una historia contada, que logró la dictadura perfecta.
Pensar en la Revolución, para mí, es pensar en el PRI y las reglas no escritas del sistema político que siguen enfermando a la democracia. Pensar en la última revolución armada de este país, es pensar, como consecuencia de la desvirtuación de sus fines, en un sistema autoritario que minó posibilidades de avance y desarrollo económico a un ritmo más acelerado. ¡Vamos!, pensar en ello, es pensar en un pasado lleno de violencia institucional.
Ha sido precisamente esta historia de luchas y más luchas, similar a un cómic de superhéroes, la que ha configurado la percepción mexicana entre buenos y malos. Esta idea, sumada a una cantidad de luchas, que se arraigaron más con la revolución mexicana, han provocado un imaginario colectivo que muestra que sólo por la violencia, sea física o psicológica, se pueden lograr las transformaciones en nuestro país o acceder al poder.
La democracia, como estilo de vida, contradice nuestra propia historia, a nuestros propios símbolos patrios, pues resultan una suma de alusiones a la guerra y la violencia. Basta recordar a López Obrador en el 2006 retomando el águila imperial del juarismo mexicano, aquél que se mantuvo en el poder por medio de la guerra. Basta recordar las constantes figuras carismáticas que han intentando sabotear la incipiente democracia mexicana con la violencia. Mientras la violencia institucional sea más poderosa que la opositora, los últimos serán unos delincuentes, véase a Ignacio del Valle.
El sistema político mexicano y el régimen presidencialista se sintetizan en nuestra bandera, en nuestro escudo y en el himno nacional. Todos ellos invitan a la guerra, jamás al diálogo. ¿Será posible reinventar a nuestros propios símbolos? Después de todo, lo que más ha unido a los mexicanos, cada que hay una lucha armada, es la Virgen de Guadalupe, aquella que simboliza, supuestamente, paz.
Tiene entonces razón el poeta, de ese nacionalismo revolucionario: la democracia está lejos. El subcomandante Marcos, aquél que dejara las armas por la palabra, tiene razón cuando dice que nos enseñaron a amar la Patria a “balazos y sonriendo”, nuestra institucionalidad es la violencia. Nuestro Himno no busca ciudadanos, sólo soldados y esos no pueden decidir sobre sus acciones… sólo reciben órdenes.
…nos enseñaron que amor a la Patria es, por
ejemplo,
saludar a la bandera,
ponerse de pie al escuchar el Himno Nacional.
Emborracharse a discreción cuando
pierde la selección de futbol.
A discreción emborracharse cuando gana la
selección de futbol.
Algunos etcéteras que poco cambian de sexenio en
sexenio…
“Problemas”. Subcomandante Insurgente Marcos.
Nota: Escrito en febrero de 2009
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