La euforia del resultado electoral del 1° de julio que arrojó el regreso del Partido Revolucionario Institucional (PRI) a la Presidencia de México ha pasado y se convierte en la normalidad de la democracia mexicana: nadie contento, todos insatisfechos.
En México no se puede hablar de “normalidad democrática” como marca la teoría democrática, se puede acusar que no hay que comparar la realidad con la teoría, pues ha sido escrita para un contexto que tiene una tradición ad hoc con el régimen político de la libertad. No comparar la aspiración con la realidad actual puede desencantar a cualquiera y en el caso de México, la lucha de la democracia ha sido una realidad y una aspiración, el avance en ella es todavía mínimo y no garantiza la normalidad democrática y sí la normalidad de nuestra democracia.
En este sentido, es normal en México la compra del voto que desafía las leyes y a las autoridades electorales que se esfuerzan por hacer respetar la libertad de los ciudadanos; es normal que muchos ciudadanos vendan su voto a los partidos políticos, quienes no han hecho mucho por erradicar esta práctica, sí lo suficiente por institucionalizar como una característica de nuestra transición política; es normal que la mayoría de los partidos políticos no cuenten con mecanismos de elección interna para elegir candidatos, así de normal es que aquellos partidos que los tengan sean considerados como grupos divididos y llenos de escándalo; es normal que existan políticos que basan el avance de la democracia en su figura y no en las instituciones, igual de normal es que la mercadotecnia reine sobre las ideas y el debate; es normal que la violencia se justifique por que hay “buenos” y “malos”, que se descalifiquen las instituciones que la ciudadanía ha construido.
El regreso del PRI es normal para la democracia mexicana, no para la “normalidad democrática” que señala la desaparición del partido político que sostuvo a un régimen no democrático en los primeros años de la alternancia o, como mínimo, convertirse en un partido marginal sin incidencia en el sistema político.
Volver al PRI es el resultado de los vaivenes de la transición política y su avance desigual en México. Así como la ciudadanía es la única responsable del triunfo de la democracia, también puede decidir entregarla a quienes saben erosionarla. Trágico.
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