Después del cierre de campañas, el final que los profesionales de la comunicación y marketing político esperan como broche de oro o para mostrar el “músculo” que artificialmente alimentan con el acarreo del dinero, la comida y la fiesta, la vida política de México sigue, los daños se miden, pero nadie se responsabiliza.
Las campañas se han ido como un evento coyuntural que no logró afectar la realidad de México, sino solo confirmar que a pesar de la violencia del narcotráfico, los errores en el combate a los cárteles de la droga y las reformas que no llegan desde el poder legislativo, el camino planeado por la política sigue.
Monex, como era de esperarse, no resultó ser un mecanismo para compra de votos, sino el uso de recursos para que los operadores políticos del Partido Revolucionario Institucional (PRI) contaran con dinero para el 1° de Julio, día de votación donde tendrán que reportar a su partido los problemas que vean en la casillas, entregar comida a sus representas en las casillas y reportar los datos de las actas al final de la contienda, toda una labor primaria de cualquier partido en México para evitar que les hagan “fraude”, pero también como control para verificar qué grupos de cada operador político se presentaron en las urnas para depositar el voto duro.
El Instituto Federal Electoral ya ha dicho que no hay pruebas suficientes para pensar que esos recursos iban a comprar el voto, pero también sería ingenuo por parte del PRI tener una estrategia directa para transferir los recursos. La forma de comprar el voto en el México actual debe pasar por mecanismos complejos que eviten los “mecanismos complejos” que las instituciones han creado a lo largo de dos décadas.
En este sentido, la compra del voto ha evolucionado, pero las leyes han sido reactivas, más que proactivas. Ya que sucede la estrategia compleja para comprar votos se crean leyes que las eviten, pero la imaginación del profesional de la política busca como evitar la ley sin violar la ley. Monex es un claro ejemplo de cómo se pueden utilizar los recursos, sin saber en qué se destinan, pero sí saber quién los recibe. Nadie violó la ley, fue transparente con la ley sin forzosamente transparentar completamente.
Al lado de Monex, la muerte de al menos dos decenas de supuestos simpatizantes del Partido del Trabajo en el Estado de Guerrero hace aparecer el luto en el cierre de la campañas. Son supuestos simpatizantes porque nunca se logra comprobar que en verdad lo sean o solo hayan visto en el cierre de campaña de algún candidato la oportunidad de divertirse y salir de la monotonía de la pobreza, el aislamiento al que están condenados.
Según Punto de Partida, muchos de los muertos vieron en el cierre de campaña del Partido del Trabajo la oportunidad de divertirse, para muchos de ellos, pobres desde nacimiento, un cierre de campaña es un día de fiesta, pues hay de todo y gratis.
Recuerdo que al inicio de las campañas, decenas de personas que asistieron a un evento del PRI terminaron intoxicados por comer tacos que estaban descompuestos. Nadie fue culpable del hecho. Así hay más historias en las campañas de México, es algo normal que ocurran.
El fondo del asunto muestra el por qué cientos de miles de mexicanos asisten a los mítines y venden su voto. En algunos casos no valoran su libertad política, en otros, deciden vender sus derechos políticos para obtener dinero que cubra parte de sus necesidades. La coincidencia, más allá de los motivos individuales, es que no se valora la libertad política y con ello no se valora la democracia ¿por qué? No es una sola respuesta, pero vale la pena hablar de la legitimación de la práctica en estos 12 años de alternancia.
Durante el régimen autoritario priista del Siglo XX, tanto derecha como izquierda partidista criticaron la compra de votos por parte del otrora partido oficial. Cuando la transición política avanzó, la construcción de las bases partidistas, la aparición del voto duro, en la derecha e izquierda partidista necesitó crecer aceleradamente para soportar las competencias en todo el territorio nacional y evitar la fragmentación del poder hasta que fuera imposible gobernar a nivel federal. Para lograr el objetivo realizaron la práctica de compra del voto que el PRI aplicó en México durante todo el Siglo XX. El resultado fue la legitimación de la compra del voto y el desprecio por el desarrollo de la cultura política democrática que los partidos tenían que hacer.
En la actualidad, los políticos mexicanos no invitan a rechazar los productos y sobornos que los partidos políticos ofrecen, sino a que agarren todo lo que les ofrecen y en la urna voten “libremente”. Andrés Manuel López Obrador, candidato de la izquierda partidista, se cansó de decirlo en los mítines, pero su postura en estos temas contradecían el llamado a reconstruir la moral pública y promover principios democráticos.
Miles de millones de pesos se gastan en sobornos y entregas de regalos en las campañas políticas. Muchos millones se pierden en las redes de corrupción internas de los partidos políticos que terminan poniendo en riesgo la vida de los supuestos “simpatizantes” que llenan las plazas.
Nuestra democracia es una de las más caras del mundo, pero también una donde el dinero sirve para mantener prácticas autoritarias que permitan la repartición “equitativa”, controlada, de las regiones del país con un grado mínimo de gobernabilidad.
Bonita democracia, aquella que en la base de la elección del voto, promueve la participación comprando las libertades políticas.
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