Las hojas blancas en las que siempre se escribe tienden a cambiar de color por todas las ideas que se materializan a la hora de redactar. Nada puede mantenerse en blanco en el procesador de textos del ordenador o la hoja de papel, siempre se van a teñir.
Así como el procesador de texto ha hecho lo imposible por representar de manera virtual esa hoja blanca física con la que se topa cualquier persona que está dispuesta a que lo que sabe, piensa, siente, se haga público, así también debemos de actuar a la hora de plasmar lo que pensamos, tratar de ser fieles a las ideas, pero sobre todo que estas sean entendibles, fáciles de comunicar, que permitan que las emociones, dudas, posiciones, etcétera, que ha vivido el que redacta las pueda sentir el que lee. Escribir es transmitir.
Ginna Morelo lo logró en su libro “Tierra de Sangre, memorias de las víctimas”, aunque también logra hacer reflexionar sobre el presente mexicano y pensar que su libro, es un libro que muchos periodistas escribirán en el futuro, espero sea en el inmediato y no a largo plazo. ¿Por qué? Porque Morelo narra en este texto el dolor que sufren las víctimas de la violencia que se vivió en Colombia por el enfrentamiento entre militares, paramilitares, guerrillas y narcotraficantes. Aunque al final del texto, cuando se cierra la última hoja, la pregunta sobre si esto ha terminado, vino a mi.
Casi siempre que leo sobre Colombia, su política, su sociedad o platico con amigos colombianos, pienso que ellos nos hablan desde su presente que es nuestro futuro. No se si la guerra contra el narcotráfico que vive México o el combate declarado del Estado Mexicano hacia los cárteles de la droga, por aquello que el gobierno federal ya no quiere llamar “guerra”, vaya a terminar igual que en Colombia, pero es claro que habrá coincidencias. No en el proceso de solución que den los gobiernos de esos tiempos venideros, sino por las víctimas que existirán, que ya existen, y seguirán con el dolor, posiblemente ya no en lo privado, sino con un dolor en público, espero sea público, nos duela a todos.
Mientras leía el libro, recordé a Javier Sicilia y a todos aquellos mexicanos que durante el 2011 se encontraron en las plazas públicas y los encuentros con el gobierno federal para hablar de las víctimas. La labor de Morelo al escribir sus crónicas que nos hablan de aquellos que de manera despectiva muchas veces se les llama “daños colaterales”, es precisamente en la que insiste el poeta Sicilia y tendrá que cargar la prensa mexicana: contar la historia particular, privada, de cada víctima visibles e invisible de la lucha contra el narcotráfico.
El prólogo recuerda que durante la guerra “las víctimas suelen cargar su dolor en soledad mientras el resto de la sociedad se refugia en la cómoda ignorancia de la barbarie”, el libro de Morelo hace que la soledad de las víctimas que llenan de rojo, dolor, sufrimiento, angustia, esperanza las hojas que no son blancas, se comparta con la soledad del lector.
La existencia de este tipo de libros, que con su crónica nos recuerdan que la violencia real siempre termina por superar aquella que está en las novelas policiacas o de terror, permite que el lector reconozca en sus protagonistas a sus conciudadanos en Colombia y fuera de ella, entender que hay pérdidas humanas.
El periodista sirve como enlace entre dos realidades que no quieren cruzarse, sea por la cómoda realidad de aquel que no ha vivido el dolor de la guerra y que no quiere dolor, nadie en su sano juicio lo quiere. De la otra realidad, la que han vivido miles de colombianos que han sufrido la guerra, también se quiere escapar, se intenta correr para salvar la vida, aunque cuando el vivo ha logrado huir, ha dejado la vida diaria para convertirse en desplazado. En efecto, un desplazado es alguien vivo, porque se mueve, respira, ve, pero la vida, la casa, la tierra que ha hecho que uno sea vuelva sedentario, por las historias que se recuerdan del lugar que se ha abandonado, se ha perdido.
En cada desplazado, sobreviviente de las matanzas de “paracos” y guerrilleros, que narrá Morelo hay una nueva vida, la del dolor y sufrimiento, la que se hace pública en las páginas para recordarle a una nación que las balas pueden haber terminado o bajado en cantidad, pero que ahora es necesario resarcir, ayudar a las víctimas, la consecuencia de toda guerra. Hace falta el perdón, no queda claro si entre víctimas y victimarios, pero sí entre sociedad y desplazados.
Al final de cuentas, los muertos civiles, los pobres que llenaron las filas de los paramilitares, guerrillas y grupos de narcotraficantes para tratar de tener un mejor futuro, son parte de las víctimas de una nación que en un momento se perdió en la violencia que sólo se generó para otorgar poder a unos cuantos.
Si hay una frase que se queda conmigo de las crónicas de sangre, es aquella que dice un “paraco” en 2004 a Morelo: Estamos en guerra y a la comunidad hay que moverla para que no sufra el rigor de la misma. Es decir, el paraco no los iba a matar, simplemente les quitó su vida, a los desplazados los mataron en vida. Les quitaron su vida para darles a cambio una llena de sufrimiento y de correr para nunca ser alcanzados por las balas de aquellos que decían luchar por una Colombia mejor.
¿Cuántos desplazados hay en México por la violencia del narcotráfico, la guerrilla en Chiapas, los problemas agrarios, en los Chimalapas de Oaxaca y Chiapas? ¿Cuántas deudas tiene la sociedad mexicana con las víctimas de la guerra contra el narcotráfico? ¿Cuántas crónicas, historias de vida, se tendrán que escribir para conocer el sufrimiento de cada víctima de la guerra contra el narcotráfico? Al menos, ya van 50 mil.
Morelo, Ginna (2009). Tierra de sangre, memorias de las víctimas. Colombia: Editorial Lealón – CdR
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