Los seres humanos deberían dar una oportunidad al pensamiento científico en su vida cotidiana y no solo verlo como una asignatura que deben cumplir en su vida educativa, sea corta o larga.

Con base en nuestras creencias pensamos la vida, ellas son resultado del medio social en que nos desarrollamos la mayoría del tiempo. Nuestras aspiraciones y las formas de lograrlas pasan por las costumbres y el contexto que nos rodean.

Las creencias y costumbres llegan a nosotros desde los primeros años de vida. Nuestra socialización primaria se realiza en el círculo familiar, al menos hasta que comenzamos a asistir a la escuela, la información que tenemos del mundo parte de nuestros padres y el hogar. Es nuestro mundo.

Nuestro contexto se expandirá en el momento que asistamos a la escuela, sus valores y costumbres competirán con los del hogar y comprenderemos que el mundo es más amplio, lo local ha crecido en territorio y con el paso de los años en conocimiento. La idea del conflicto entre nuestra forma de pensar y actuar comienzan, para mantenerse el resto de nuestra vida, no solo con los “otros”, sino con nosotros. La fuente de información y concepción del mundo ya no es única, la diversidad de fuentes es un hecho.

En la escuela, comúnmente, conocemos los primeros procedimientos del pensamiento científico, no porque se enseñe desde el preescolar, sino por el proceso de enseñanza y aprendizaje que los docentes -o facilitadores, como ahora se llaman- aplican en la generación de conocimiento.

El choque entre el pensamiento científico y otras formas de mirar y comprender el mundo, basadas en historias, relatos, mitos y creencias, comienza a presentarse.

Desde mi óptica, la lucha entre nuestra fuentes de información, que van desde el desarrollo de la autonomía de pensar y sentir es falsa, pero siempre estará presente como una tensión “normal” para la toma de decisiones. Este texto, analiza la tensión entre ellas, considerándolas dos alternativas para tomar decisiones cotidianas que pueden favorecer nuestra forma de vivir.

Sentir, creer y pensar

En el año 2006, la revista mexicana Replicante -dirigida por Roberta Garza- escribía una editorial para su número (8, volumen II) dedicado a la ciencia -llamado “Solo Ciencia”- en la que narra la historia de una niña que veía y escuchaba en el televisor la crónica de la liberación de un secuestrado.

“Aparecía allí una señora que acababa de ser notificada de la captura de los secuestradores de su hijo y de que éste llegaría pronto, sano y salvo, a casa. Al escuchar la buena nueva la señora se tiraba al pavimento y exclamaba, con el rostro empapado en lágrimas, las más estridentes y entusiastas gratitudes a la Virgencita de Guadalupe. Por su intercesión, aseguraba ella, se había salvado el muchacho. La niña a mi lado miraba la pantalla en total quietud hasta que, con una contundencia que la inocencia no pudo suavizar, me preguntó: Oye ¿dónde estaba la Virgen cuando secuestraron al niño?”

No hay ninguna prueba que demuestre que la “virgen” salvó a este hombre, pero si la niña hubiera hecho la crítica en un lugar público y ante personas religiosas, posiblemente hubiera recibido una reprimenda. Por otra parte, si en ese mismo ambiente alguien hubiera expresado gratitudes a la “virgen” y Dios por haber salvado a la persona, la tolerancia se hubiera presentado, no como un valor de la sociedad, sí como parte de las costumbre de un pueblo que desde su fundación es religioso y católico. El pensamiento científico no se habrá llevado el crédito en este caso, pero estuvo presente en el diseño de la policía científica que pudo analizar la situación y ejecutar el rescate con éxito. El fracaso sí hubiera sido atribuido al error humano.

Dejando de lado el reconocimiento, la ciencia y nuestras creencias están en disputa por el desarrollo de nuestras vidas, aunque poco a poco este hecho parece transformarse, sí saca a flote los fundamentalismo de los creyentes, sean de una religión o la misma ciencia.

Una creencia puede ser entendida como la “conformidad de algo”, dice la Real Academia Española (RAE). También, agrega, aceptar por completo un “hecho o noticia como seguros o cierto”. Creer en algo, es aceptarlo porque nos satisface emocionalmente, no racionalmente, como la religión.

Por su parte, la ciencia es, siguiendo a la RAE, un “conjunto de conocimientos obtenidos mediante la observación y el razonamiento, sistemáticamente estructurados y de los que se deducen principios y leyes generales”. En otras palabras, la ciencia nace de la desconfianza sobre la realidad. La creencia nace de la confianza en que la realidad es tal y como nos la han transmitido o depende de un ser supremo, en caso de las religiones.

Así como las religiones tienen los relatos que permiten justificar por qué la realidad es tal y como dicen, la ciencia cuenta con una serie de procedimientos que nos permitirán comprobar la realidad que logramos captar. A este procedimiento lo conocemos como método científico y su conclusión, después de los resultados que produzca de manera específica, permite desarrollar una forma de pensar, llamada “pensamiento científico”.

Podemos definir el pensamiento científico como aquel que se basa en el método científico, o sea, sigue una serie de procedimientos que son comprobables para saber cómo se llegó a determinada conclusión. Tiene como objetivo ayudarnos a saber “qué pasa en nuestro mundo, cómo pasa y por qué pasa (Gershenson, 2013: p. 1)”.

En las propias definiciones, creencia y ciencia mantienen objetivos similares: explicar nuestro mundo y vida. La ciencia tiene sus límites, cuando se refiere a mundo es a todo aquello que puede ser tangible a nosotros y que está representado en la realidad del mundo humano. O sea, como dice la teórica política Hannah Arendt en “La Condición Humana”, todo aquello que nos es terrenal y no divino. Lo divino no es cosa de los hombres, sí de los no hombres, como los dioses. Explicar los planetas, es algo de los hombres, demostrar la existencia de Dios es una cosa ajena a los hombres, solo puede creer en su existencia porque no se ha presentado de forma terrenal, tangible.

La limitante del pensamiento científico, es un límite de función. Por ello, considero que sentir, creer y pensar no son excluyentes en nuestra vida, sino, complementarios. Por supuesto, pensar desde el método científico se adquiere por voluntad, creer es algo tangible a nosotros.

El pensamiento científico no debe disputar con nuestras creencias personales el lugar que guíe nuestras vidas, sino ser parte de las posibilidades que tenemos para interpretar nuestra vida diaria. Una forma que nos permita construir diversas perspectivas sobre un mismo hecho y compararlo con otras formas de pensar y sentir.

En efecto, el pensamiento científico compite contra otro tipo de pensamientos que tienen diferentes procesos que permiten al hombre tome decisiones en su vida diaria con base en ellos.

La creencia en una religión es uno de ellos.

La vida de un hombre no puede realizarse sin una creencia, pues esta es la posibilidad de no estar solo. En otras palabras, es una soledad con ruido, el pensar que ante el mundo y sus problemas hay una fuerza sobrenatural que da una esperanza para que las cosas se solucionen, aunque no se materialice. Si las cosas salen bien, la creencia en esa divinidad saldrá a flote como agradecimiento, si las cosas salen mal, se pensará que la divinidad tiene otra vida o destino para nosotros. A pesar de que estos hechos no son comprobables, el sentir la tranquilidad cotidiana satisface al hombre. La ciencia no siempre satisface y sus expectativas no son tan altas, pues busca que las sociedades mejoren y encuentren rutas para alcanzar la felicidad, pero esta no dependen de la ciencia sino de la sociedad humana.

Como he expuesto a lo largo de los párrafos anteriores, planteo el lugar del pensamiento científico en nuestras vidas como una posibilidad para pensar la realidad, no como una competencia con nuestras creencias, sí como algo complementario y que vamos adoptando a lo largo de nuestra vida. Sin el pensamiento científico estaremos despreciando el saber y abrazando el creer. Despreciar el saber, es cancelar la posibilidad de verificar nuestra toma de decisiones.

Complementos contra la mentira

El pensamiento científico y nuestras creencias pueden ser complementos. Si la religión es un impulso para que las personas realicen diversas actividades, el pensamiento científico puede ser guía en esas actividades y permitir que se obtengan mejores resultados.

González de Alba, en su artículo “Colapso. Por qué unas sociedades perdura y otras desaparecen”, el cual se basa en el libro del mismo nombre de Jared Diamond, recuerda que solo tener una forma de ver el mundo puede conducirnos a la autodestrucción.

Retomando el estudio de Diamond sobre el “colapso” y final de la civilización que habitó la Polinesia “prehistórica”, sostiene que la Isla de Pascua desapareció por la concepción de vida de los hombres y sus reyes, entusiasmados por mostrar su poder y cumplir con las divinidades. Las creencias y la falta de alternativas para pensar el lugar donde vivían terminó con ellos. Su afán de mostrar poder terminó con los recursos naturales, que no regresaron, posiblemente en la explicación de estos pueblos, como un castigo divino, aunque desde la ciencia entendemos que el ecosistema “colapsó”, provocando el fin de la civilización.

Una mentira puede mantenerse como verdad hasta que no se compruebe lo contrario. El pensamiento científico puede llevar a desenmascarar la mentira, aunque no forzosamente la sustituya con la verdad, sí deja el camino abierto para seguir buscando.

No solo pensemos en la ciencia en términos de grandes descubrimiento científicos, como la partícula de Dios -Bosón de Higgs- o algunas vacunas para evitar enfermedades.

Una de las actividades que realiza el pensamiento científico es evitar la estafa en la vida cotidiana, todos viven momentos de desesperación y se dejan llevar por la creencia y el camino fácil. Esta es la labor que realiza James Randi, desenmascarando a mentalistas y curanderos, quienes se dedican a estafar personas que están ante una necesidad o han vivido cambios emocionales en su vida que no han logrado asimilar.

La actividad de Randi fue premiada por la “Fundación MacArthur” en “1986 con un premio de 272.000 dólares por su trabajo educativo y… exponer los fraudes”. Su trabajo es llevar acabo el método científico para verificar los resultados de creer en algo y alguien: “Su leyenda empezó con un cheque de 10.000 dólares que llevaba en el bolsillo de la camisa destinado a cualquiera que demostrase, en un entorno controlado y científico, que posee genuinos poderes paranormales (Ariza, 2013: p. 46)”.

En 1986, Randi logró desenmascarar al telepredicador Peter Poppof -ministro de una iglesia cristiana llamada “People United for Christ”- cuando se dedicaba a estafar a personas “sanándolas”.

“adivinaba entre la gente congregada los nombres de los enfermos. Se acercaba a ellos, descubriendo peculiaridades sobre sus vidas y dolencias, hasta que los tocaba. Invocando el poder divino, Popoff los sanaba entre gritos de ¡aleluya! Ganaba más de cuatro millones de dólares al mes… El evangelista usaba un dispositivo inalámbrico en su oído; su mujer le transmitía los nombres, direcciones y enfermedades de las personas a las que iba a curar. Todo quedó grabado en una película”.

El pensamiento científico nos puede ayudar con la fragilidad de nuestras creencias y que no se aprovechen de ellas.

La transparencia del método

Así como las creencias tienen un relato que nos permite creer en su argumentación, construida bajo una lógica narrativa que puede intentar tener una autocomprobación por medio de contra argumentos, estos nos forzosamente están en la realidad, pero sí son verdad en lo narrativo, o sea, no se contradicen las partes del argumento.

El método científico para llegar a una respuesta, hipótesis y/o tesis sobre una verdad que puede ser real, sea física o perteneciente a las ciencias exactas pero que permiten explicar el funcionamiento del mundo humano -el planeta tierra y el contexto en el que existe-, busca transparentar cómo ha llegado a los resultados.

En el caso de los relatos, ellos intentan explicar lo sucedido en su interior, pero no toleran que se intente poner en duda lo explicado por ellos. En otras palabras, e nuna creencia toleran las interpretaciones que contiene un libro religioso -como la biblia o el corán-, pero no que se ponga en duda el todo, cuando esto se hace, se considera a los críticos “enemigos” de la verdad.

En el caso del método científico, toda verdad científica puede ser cuestionada, investigada, puesta en tela de juicio con el fin de demostrar que es falsa, aunque también de reafirmar su acierto o verdad. El método científico no solo sirve para llegar a una verdad científica, sino como comprobación para saber si en verdad se siguieron los requisitos necesarios del método, sino se siguieron las reglas estas serán desveladas en la comprobación y posiblemente se demostrará que el resultado es falso, contiene errores o carece de total verdad científica.

Seguir los pasos del método científico no es complicado, depende más del hábito para autocuestionarnos.

Los pasos del método son parte de la transparencia democrática que hoy se difunde en Occidente y que sirve para demostrar que hay gobiernos no democráticos. En este caso, el método científíco permite reafirmar o desenmascarar los mitos y supuestos de la propia ciencia. Veamos estos pasos de forma general.

El método científico parte de la observación o de la creación de experimentos, según el caso. En la vida cotidiana, observar es fundamental para la seguridad de las personas, no hacerlo nos puede provocar un accidente o ser presas de la delincuencia. La observación es el primer paso para una toma de decisiones.

El segundo paso, se basa en la descripciones y predicciones en formas de leyes o teorías -las cuales son la “generalización del pensamiento”. En otras palabras, después de haber observado un hecho, fenómeno o situación, el ser humano tiende a sacar unas primera conclusión sobre lo que está pasando.

El siguiente paso, es verificar lo que se ha obtenido en el paso anterior, pero dicha verificación nunca termina, pues los contextos son cambiantes.

Por ejemplo, si unos padres de familia están apunto de inscribir a sus hijos a una escuela, es probable que pregunten a sus conocidos que tienen hijos qué escuela recomiendan. Comúnmente estos padres ya tendrán un relato que no solo hable bien de la escuela de sus hijos sino que justifique el por qué están ahí y no en otro lugar, posiblemente sabiendo que hay mejores instituciones.

En este sentido, el método científico nos indica que primero hay que observar las opciones; después, generar una serie de de conclusiones -teorías o hipótesis sobre nuestra observación- y; tercero, verificar si las escuelas en verdad funcionan como dicen en su publicidad, para ello posiblemente los padres tengan que recurrir a estadísticas. Al paso de un año, el padre de familia podrá comprobar si ha funcionado para la educación del menor la opción que tomó o podrá moverlo a una nueva opción, posiblemente el contexto familiar también haya cambiado y necesite una nueva revisión.

El pensamiento científico permite verificar nuestra forma de vivir día a día, pero también rectificar caminos, comprobar situaciones que se tomaron emocionalmente y respaldarlas o mostrarnos nuevos escenarios, pero dependerá del individuo saber si toma una decisión basado en el pensamiento científico o en las emociones, eso está fuera del alcance de los métodos, es un decisión meramente personal.

Biliografía

– AA. VV. (2006). Editorial. Revista Replicante. Número 8 (2). (1). México

– Ariza, L. M. (2013). Magos contra la farsa. El País Semanal. No. 1912. (44 – 48) España.

– Gershenson, C. (2013). Pensamiento Científico. UNAM – Coursera. Formato: PDF. Versión digital en: www.coursera.org/ciencia-001

– González de Alba. (2006). Colapso. Por qué unas sociedades perduran y otras desaparecen. Revista Replicante. Número 8 (2). (75 – 79). México.