¿AMLO es amor?

Han pasado 5 años de que Felipe Calderón Hinojosa tomara las riendas del país en medio de un vodevil político. Los panistas empujaban a los perredistas en la Cámara de Diputados Federal para que el presidente del “medio punto”, pues solo con esa ventaja logró ganar las elecciones del 2 de julio de 2006, entrara y jurara como Presidente de México. El odio estaba en las calles del país, la división era obvia en la clase política y en grados en la ciudadanía. En ese año escribí el artículo “El presidente del odio”, sostuve que tanto Calderón como AMLO habían mantenido una reñida contienda que se basó en propiciar el odio, ganara quien ganara el daño estaba hecho: la división de la sociedad mexicana. El resentimiento se ha mantenido, tanto por la sobrevivencia política de López Obrador y su discurso que llamaba a la pureza política, como por la “guerra contra el narcotráfico”.

Tuvieron que pasar casi 5 años para que Andrés Manuel López Obrador decidiera el cambio de palabras en su discurso. El fondo del discurso sigue siendo el mismo: moverse en una idea extrema, radical, para mantener a la izquierda unida bajo su figura. Es un mesías que se reinventa ante el contexto mexicano. Nadie duda que el país está en crisis, las balas de los narcotraficantes y la corrupción de la clase política nos han sumido en la lucha contra los cárteles de la droga que ha causado la muerte a miles de personas.

Contra todo pronóstico de ruptura en la izquierda partidista, Andrés Manuel ha vuelto a unir a las tribus del Partido de la Revolución Democrática, del Trabajo (PT) y Movimiento Ciudadano, antes llamado Convergencia y que cambió su nombre por la dominación de los grupos lopezobradorista en su interior.

Nadie se ha despegado de Andrés Manuel López Obrador en las izquierdas partidistas. Marcelo Ebrard, su rival político al interior de estos partidos, ha aceptado la derrota en las encuestas que ellos mismos mandaron a realizar y los partidos políticos solo observaron el final de una “novela política” que terminó en un final feliz, como hace años la izquierda mexicana no lo hacía.

Casi un mes antes de su triunfo en las encuestas de la izquierda partidista, AMLO mostró un cambio totalmente extremo en su discurso. De las palabras y frases negativas como “la mafia que se apoderó de México” y tener toda una gama de políticos que se presentaban en sus discursos como los villanos a los que tenía que combatir, ahora el amor, la felicidad, la honra y una decadencia de la moral pública son las ideas que privilegian sus discursos políticos. El odio ya no aparece, llama al reencuentro para ir en busca de la felicidad.

Del odio al amor hay una frase

A pesar del cambio en las palabras, Andrés Manuel no había logrado especificar a qué se refería con el nuevo discurso de “República Amorosa”. Las palabras ya eran públicas y sus propios seguidores, como políticos que están cerca de él, han argumentado que se trata de madurez política y moderación ¿para qué? Ni ellos atinan a formular una respuesta.

Al menos hay dos variantes que pueden explicar y justificar el cambio de discurso, sobre todo de palabras. Primero, el contexto del país ha cambiado si se compara con el que se vivió durante la primera parte de la década pasada. Hoy la violencia recorre México, 50 mil muertos marcan a la presidencia de Felipe Calderón y los nuevos movimientos y organizaciones de la sociedad civil luchan por recuperar la paz perdida en diversos lugares del territorio nacional. Los grupos de intelectuales, grupos de la sociedad civil y académicos que han sido afines a AMLO se han mantenido en la línea de desprestigio a Calderón, nadie los mueve, solo López Obrador y su retórica. En la variante interna, el desgaste político de los 5 años de recorridos y campaña no declarada de AMLO provocaron un saldo de opinión negativa que rebasa los dos dígitos. Según las encuestas de GEA – ISA y Mitosfky con las que cierran las mediciones de 2011 AMLO tiene un saldo de opinión negativo de -27% y -8%, respectivamente. En conclusión su opinión negativa se ha mantenido sin grandes cambios durante todo este año.

El discurso de AMLO está acompañado de las disculpas respectivas que ha tenido que ofrecer en medios de comunicación y ha hecho un llamado a la unidad para salir de la crisis actual. Reconoce que necesita de todos y para ello, las palabras que confrontan se han ido al baúl de 2006.

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AMLOVE 2012

En medio de la tormenta que está viviendo en las redes sociales el político mejor posicionado para el 2012, Enrique Peña Nieto (PRI), Andrés Manuel López Obrador ha plasmado en un artículo publicado en el periódico “La Jornada” titulado “Fundamentos para una república amorosa” las bases para su nuevo discurso y lo que pretende sea una cartilla moral para todos aquellos que lo apoyan.

López Obrador recurre al pensador Alfonso Reyes y su Cartilla Moral; León Tolstoi y su libro Cuál es mi fe y; José Martí. Desde ellos plantea sus fundamentos para reconstruir al país. Reconoce que no sólo se trata de las cosas materiales, que es necesaria la justicia, el amor y la honestidad.

Los tres pilares de su República Amorosa tienen como objetivo la felicidad pública, último fin de la política, según AMLO:

“Quienes piensan que este tema no corresponde a la política, olvidan que la meta última de la política es lograr el amor, hacer el bien, porque en ello está la verdadera felicidad.”

Fundamenta este fin en la Constitución de los Estados Unidos de América donde señala que “fomentar la felicidad” permite “… una unión más perfecta”. Las contradicciones comienzan poco a poco.

Estados Unidos desde su fundación se ha configurado como nación democrática y totalmente liberal. La libertad siempre se ha protegido como el mecanismo que permite a la democracia y la grandeza de los individuos.

AMLO considera que el individualismo que se vive actualmente es parte de los ingredientes que han provocado el escenario en el que nos encontramos. En el caso de la sociedad estadounidense, su base para llegar a la felicidad no es la sociedad, sino la libertad del individuo que debe ser respetada en sociedad. Para lograr el cometido de la felicidad, que es privada, el espacio público estadounidense se configura de forma democrática y prioriza la libertad de los integrantes.

En los fundamentos para una “República Amorosa” la libertad, en general, sin especificar si es global o individual, como palabra solo aparece una vez y su lugar está en preceptos secundarios que deben ser exaltados y difundidos:

“…el apego a la verdad, la honestidad, la justicia, la austeridad, la ternura, el cariño, la no violencia, la libertad, la dignidad, la igualdad, la fraternidad y a la verdadera legalidad”.

La palabra democracia no existe en el texto y si a ella se hace referencia, sin nombrarla, es en su contenido contemporáneo:

“También deben incluirse valores y derechos de nuestro tiempo, como la no discriminación, la diversidad, la pluralidad y el derecho a la libre manifestación de las ideas”

AMLO mantiene en su discurso la lucha entre el “bien/mal”. Su discurso actual no llama de manera frontal a luchar contra “la mafia que se adueñó de México”, pero sí a la construcción de un “código del bien” que se debe anteponer a los males que aquejan al país. La base del código debe localizarse en la persistencia de la civilización mesoamericana que antecedió a la formación del país, a la cual valdría preguntarnos si en algún momento a los grupos que la conformaron les interesó formar México. Sobre todo, es pertinente preguntar si las llamadas comunidades indígenas, a las cuales López Obrador califica bajo el “México profundo”, no se han transformado con el régimen autoritario priista del Siglo XX. En efecto, las comunidades indígenas fueron olvidadas por mucho tiempo, pero también sirvieron para construir un voto duro a cambio de cuestiones materiales, que no les daba la felicidad, pero sí la sobrevivencia. ¿hasta donde el Estado Paternalista priista las acostumbró a vivir del apoyo? pensar que nuestra comunidades indígenas son lugares donde la pureza se encuentra es totalmente erróneo. En primera, es cierto que hay una serie de prácticas de democracia directa que muestran grados de pluralidad y participación, pero hay prácticas deleznables contra la condición humana que durante el régimen autoritario no se tocaron con el único fin de no dañar el discurso que glorificaba al “México profundo”.

Los valores y derechos de nuestra época, que son secundarios en los fundamentos de AMLO, pertenecen a la luchas históricas de Occidente por alcanzar la libertad y la democracia. Si en ellas el amor y la felicidad no se encuentran como fundamentos básicos, es porque la democracia y la libertad se adquieren en lo público y se convierten en valores que guían nuestra pluralidad actual.

En otras palabras, pensar en la felicidad como una cuestión pública en la cual coinciden todos, es simplemente abordar modelos autoritarios y totalitarios que intentaron saciar las necesidades privadas del hombre durante la segunda mitad del siglo XX y terminaron socavando la libertad del ser humano y lo condujeron a la soledad y ausencia del espacio público.

En efecto, me refiero a que la felicidad se construye en cada uno de nosotros y pensar que la felicidad de un hombre es la felicidad de otro, es totalmente erróneo, pues queda claro que la felicidad del nazismo se construía en base a la destrucción de los judíos. Pensar que la felicidad es única, en el sentido de que todos vamos a hacer felices con lo mismo o que todos planteamos que nuestra felicidad se basa en la obtención de algo es un error, pero sobre todo un planteamiento que niega la individualidad y enaltece al grupo como el inicio de la política.

El amor, es algo privado. Pensar en el amor como una cuestión nacional y que se debe el sacrificio por la patria, así se pase por encima de otros individuos que se atreven a disentir sobre los valores nacionales, es simplemente la justificación de la violencia por el “amor a la patria”. Los nacionalismo pueden tolerar una pluralidad limitada, pueden existir interpretaciones sobre nuestros valores nacionales, pero no se debe atentar contra ellos, porque en ese momento se está atentando contra el amor y la felicidad que se tiene. En otras palabras, la pluralidad limitada es aquella que se practica en sociedades cerradas y no democráticas.

Aquellos valores y derechos contemporáneos que en el discurso de AMLO son secundarios, sí garantizan que el amor y la felicidad se puedan dar, pues el amor es una cuestión particular y que pertenece al espacio íntimo y privado del ciudadano. Otra cosa es que este haya llegado al espacio público como una cuestión social, más no política. Las expresiones del amor y la felicidad en el espacio público son de reconocimiento entre los ciudadanos, el gobierno solo debe garantizar que la felicidad de cada individuo se pueda realizar, pero el límite es no atentar contra la libertad individual.

Lo importante en la política es la acción, el poder estar en el espacio público para reconocer a los diferentes, pero que son iguales por tener el mismo derecho de estar en lo público. La democracia garantiza que las sociedades se autogobiernen en el sentido más amplio de decidir el rumbo que debe tomar la sociedad. Los gobiernos democráticos recogen las demandas de las sociedad y las institucionalizan, pero jamás plantean qué es cada cosa o qué valor y derecho deben estar por encima de la sociedad.

En este sentido, la libertad juega un papel fundamental en las democracias actuales, pues garantiza que sea el ciudadano el que decida qué lo hace feliz y pueda alcanzar sus propias cumbres que lo satisfagan. La felicidad que AMLO plantea no reside en el ciudadanos como uno, sino en una sociedad que considera que la felicidad es grupal y única, que no permite disentir de ella. Además, la moral pública en la democracia no la construye el gobierno, sino los ciudadanos, quienes exigen al gobierno institucionalizar y gobernar bajo ella, o sea, son los límites del gobierno.

Sobre todo, pensar en los fundamentos de la República Amorosa de López Obrador no resuelve las demandas ciudadanas y sí conduce a pensar en la sola voluntad del político que transformará al país. En otras palabras, AMLO jamás plantea la institucionalización de las actuales demandas de los ciudadanos y sí considera que el gobierno de los hombres, puede más que el gobierno de las leyes. En este sentido, la democracia se convierten en una cuestión de voluntad del político, más que en un gobierno de las leyes.

Es rescatable la voluntad del político de la que habla AMLO, pero no se puede vivir de esperar que los gobernantes siempre la tengan, se deben generar procesos de institucionalización que garanticen que ante la llegada de un político carente de voluntad para gobernar de manera democrática, existan los mecanismos que eviten los excesos y la pérdida de libertad.

La reforma del estado y las llamadas reformas estructurales, a las cuales se ha opuesto en muchas ocasiones la izquierda partidista, son precisamente demandas que emanan de la sociedad, cuestiones que ven por encima de la voluntad del político y que tratan de generar leyes que garanticen la democracia.

En este sentido, la democracia siempre es algo inacabado, las leyes no son para siempre, pues la pluralidad que alberga la sociedad siempre crece con la inclusión de nuevos seres humanos.

AMLO considera que la corrupción política ha deteriorado a México, pero comete un error al pensar que el tema “…no aparece en la agenda nacional. Se habla de reformas estructurales de todo tipo, pero este grave asunto no se considera prioritario.” teniendo como consecuencia que en la “actualidad se ha extendido la especie del regreso del PRI, con la creencia de que ellos roban pero dejan robar y en el contexto de la máxima, según la cual, quien no transa no avanza.”

El tema del combate a la corrupción ha sido toral en la agenda de la sociedad civil que poco a poco ha institucionalizado las demandas en esta materia, la muestra son nuestras imperfectas instituciones de transparencia y de acceso a la información pública. También el empuje de la reforma política para que sea aprobada en el poder legislativo es una de las acciones para tratar de palear o extinguir el modelo de corrupción política que se ha heredado del régimen autoritario priista.

La corrupción política no solamente tiene que ver con daños económicos o patrimoniales a la sociedad mexicana, sino sobre todo con la falta de mecanismos de participación de la ciudadanía en el gobierno y en la toma de decisiones que la afectan. La corrupción política es la que ha permitido que la partidocracia se adueñe de la política. La falta de mecanismos de participación ciudadana es lo que ha provocado que el poder de la clase política no tenga contrapeso, o sea, se ha negado el lugar de la sociedad civil en la democracia mexicana.

El discurso de AMLO no habla del incremento de mecanismos para la democracia participativa, sino de la participación alrededor de un político que lleve sus demandas y los guíe. El error es pensar que en la democracia podemos seguir dependiendo de aquellos que pueden acceder al poder y que sólo ellos pueden resolver nuestras demandas e institucionalizar los valores de nuestra sociedad, eso no es democracia, sino aristocracia.

Seduciendo con las palabras

El discurso de AMLO puede estar cargado de nuevas palabras, las cuales tienen un sentido positivo en la sociedad mexicana. La existencia de nuevas palabras no garantiza que el discurso haya cambiado en el fondo.

AMLO mantiene lo emocional, pero sobre todo lo mesiánico. El discurso vuelve a girar en él y cómo interpreta el escenario que vive el país. Nunca acepta que él y los grupos políticos que lo apoyan contribuyeron a la situación que vive el país. Sobre todo, no reconoce que la negativa de los partidos de izquierda para aprobar las reformas estructurales y la política después del 2006, no fue un atentado contra el PAN, sino contra aquellos ciudadanos que buscan mecanismos de participación política.

Considerar que las reformas que se han impulsado desde la sociedad civil no han tratado de generar mejores escenarios que conduzcan al combate del modelo de corrupción política que hoy existe, es simplemente dejar de lado las luchas de diversos grupos que están en el espacio público.

La diferencia entre el discurso de AMLO y la democracia, es que él pretende instaurar una felicidad pública, mientras que la democracia pretende establecer la libertad para garantizar la felicidad de cada uno de los individuos. Si hay una coincidencia entre la democracia y la república amorosa de AMLO, esta se debe buscar en la justicia, pero no sólo en el aspecto material, sino en el ágora pública, o sea, en el espacio público: que todos los ciudadanos que quieran participar en las cuestiones públicas lo puedan hacer y que puedan incidir en las decisiones del gobierno, esta última cuestión no está garantiza en el México actual.

Sin libertad, no podemos ser felices.

Nota: Publicado en Diario Acontecer el 7 de diciembre de 2011