“Tiemblo por mi país cuando

pienso que Dios es justo”.

Thomas Jefferson, 1781.

Barack Obama

OAXACA, México.- Hace años, cuando todavía cursaba la licenciatura en Ciencia Política, tuve la oportunidad de profundizar en el conocimiento de América del Norte; desde ese momento -y lo reconozco sin pena, subsumido por una cultura de ‘desprecio’ hacia los Estados Unidos, pero comedor compulsivo de Burger King, Mc’donalds, Subway y Carl’s Jr-, entendí más del modelo democrático occidental, y sobre todo de las decisiones que tomaba Estados Unidos. Logré comprender que muchos de nuestros errores como latinoamericanos se le achacan al vecino del norte, pero son nuestros y no de ellos. También asimilé la gran responsabilidad que ha tenido la política exterior estadounidense para tener a Latinoamérica confrontada, herida, sangrada, “con las venas abiertas”, como dijo Eduardo Galeano.

La lectura, el análisis, la comprensión, la actualidad, el S-11, la invasión a Afganistán y la guerra contra Iraq, me llevaron a vivir un ‘Big Brother’, lo que me ha permitido ver la caída (aceptada y razonada por la nación estadounidense), y la reinvención de la República Imperial con el proceso electoral (aceptada y razonada por sus dirigentes y ciudadanos) para renovar al presidente de Estados Unidos, el líder del mundo occidental.

Alexis de Tocqueville se sorprendió al ver un mar de gente trabajando y discutiendo por todos lados, cuando llegó a las costas de lo que hoy es Estados Unidos, lo que generó el siguiente comentario: “…por una lado una serie de individuos, de distintas religiones e ideologías políticas, han comenzado a organizarse por medio de asambleas, ahí está el poder político; por otro lado, hay un grupo de individuos iniciando la construcción de una escuela; otros más han elaborado el trazado de calles”; así inició la historia de la nación más importante, nos guste o no, del mundo moderno.

En el origen de esta manera tan ‘anárquica’, con la carencia de un poder central, poco a poco la organización fue ganando terreno sin clausurar la participación de los individuos.

Migración, ¡every day!

Estados Unidos ha sido una nación de migrantes desde su fundación. Los primeros pobladores que habitaron su territorio, fueron grupos religiosos, empresariales y políticos non gratos para la corona británica. Su opción era fundar un nuevo lugar para sobrevivir y mantenerse en paz, aceptando las características propias de cada grupo social. La guerra de Independencia logró conformar una serie de valores ‘universales’, aceptados por todos, que los llevó a tener su identidad nacional. Estados Unidos pasó de ser el ‘mosaico’ de grupos excluidos del Reino Unido, a ser un crisol, una nación.

El crisol estadounidense determinó que las diferencias sociales en vez de separar, unifican y funden la tolerancia. La libertad y la igualdad fueron desde sus inicios los ideales básicos de la nación norteamericana. Sus ciudadanos, con su complejo -y si se quiere anticuado- sistema electoral, han podido participar en la elección de sus representantes. Si se han equivocado, aceptan sus errores; o bien, han dado un voto de confianza por medio de la reelección a sus representantes.

La segunda ola migratoria llegada a los Estados Unidos fue la de los esclavos africanos. Llegados por una necesidad pragmática, y con el aval del mundo, los ‘esclavos’ sirvieron para trabajar las ‘amplias’ tierras del sur de la unión americana. Los ciudadanos estadounidenses eran insuficientes para trabajar todas las tierras, necesitaban mano de obra que les permitiera comenzar a generar producciones en masa que les abriera el camino al comercio exterior. Los ‘esclavos negros’ se convirtieron en esa salvación.

Con el pasar de las décadas y el desarrollo de la condición humana al interior de los Estados Unidos, se comenzó a cuestionar lo ‘ético’ de la esclavitud. Los estados del sur afirmaban su validez en cuestiones económicas, los estados del norte consideraban que ésta ya no era posible, porque atentaba contra los ideales en los que se había formado la nación democrática: la libertad y la igualdad.

La consecuencia negativa que tuvo la esclavitud y la abolición de la misma, fue el racismo. Hasta la actualidad, en menor número, los actos racistas al interior de Estados Unidos siguen existiendo. Pero, desde mi óptica, fue en las décadas de los 20 y 40 cuando comenzó a haber una integración entre los grupos predominantes de la sociedad americana: blancos y negros.

A pesar de esto, las décadas de los 60 y 70 marcaron una profunda lucha entre las minorías étnicas y el grupo social predominante, los blancos. Los mismos cambios generacionales que se vivían en todo el mundo occidental llevaron a los estadounidenses a replantearse el mosaico que habitaba en su interior, si éste había sido mejor que el crisol que originó al país.

Sin quererlo o queriéndolo, el mosaico había provocado una distinción ‘étnica’ que comenzaba a imposibilitar las relaciones sociales; además, a esto se le sumó la lucha ideológica entre el conservadurismo y el liberalismo o progresismo, las dos posiciones con sus grupos radicales y extremistas. Desde el Ku Klux Klan, por parte de la derecha, encargados de asesinar a los estadounidense de color; hasta los radicales Weathermen de la izquierda, encargados de hacerle justicia a las minorías étnicas, ‘aplastando a los cerdos’ blancos. El radicalismo poco a poco fue perdiendo ‘influencia’ en la sociedad norteamericana.

Con la llegada de los años ochenta y la guerra fría, las demandas de la mitad del siglo XX comenzaron a ser institucionalizadas. Al lado de esto, la aparición de una generación más incluyente comenzó a dejar de lado el mosaico étnico que se había formado con los ‘afroamericanos’. Además, esta década trajo consigo la aparición de nuevos grupos étnicos provenientes de -lo que se llamó- la tercera gran ola migratoria hacia los Estados Unidos: la llegada del latin power.

Con el arribo de estos nuevos grupos migratorios, Estados Unidos recibió la primera ola migratoria que no buscaba o quería. Los latinos llegaron por la pobreza, en muchos casos extrema, que se vivía en sus países de origen. Vieron en Estados Unidos la oportunidad de realizar sus sueños, aquellos que sus naciones les habían negado.

A principios de la década de los noventa, el mundo vio caer el ‘Muro de Berlin’ y el fin de la guerra fría. El nuevo orden mundial, globalizado, unipolar y con la democracia como bandera, parecía sólo traer cuestiones positivas para el mundo occidental. El temor, el miedo de una posible guerra nuclear había sido borrado. Welcome to paradise, bienvenido al paraiso.

The clarity of the black

Las ilusiones del mundo no duraron más de siete años. Los pendientes del mundo ochentero seguían presentes, cada vez eran menos pero seguían. En 1997, aparecieron las primeras manifestaciones de infelicidad en el mundo globalizado. Fue precisamente en Estados Unidos, donde los ‘globalifóbicos’, ‘altermundistas’ y ‘globalicríticos’ comenzaron el andar que recordaba frases sesenteras: un mundo mejor es posible.

A pesar de los beneficios que trajo consigo el proceso globalizador, los ciudadanos de las naciones primermundistas exigían mayor transparencia en su manejo y protecciones sociales que el neoliberalismo ‘rampante’ quería borrar. La libertad que incluye la democracia y el derecho a la participación ciudadana, respaldada en las constituciones democráticas, permitió que la ciudadanía, en la sociedad civil, comenzara a generar nuevos inputs (demandas) a los nuevos amos del mundo, la sociedad económica.

A finales del siglo XX, las demandas de la sociedad civil internacional ganaron terreno y se institucionalizaron en el primer mundo. Lo más importante que se logró fue la inclusión de la sociedad organizada para participar en los foros económicos e instituciones internacionales.

La noche se vino en el 2001, el 11 de septiembre, cuando las televisoras del mundo cortaron sus transmisiones para informar la caída de las torres gemelas en Nueva York. Un año antes, Estados Unidos había vivido las elecciones para presidente del país más cerradas de su historia; los tribunales terminaron por dar el triunfo a George W. Bush, hijo, sobre Al Gore. El mandato de este gobernante había pasado desapercibido hasta esa negra mañana neoyorkina. Al caer las Torres, el mundo no tardó en saber quiénes habían sido los bárbaros fundamentalistas que habían estrellado dos aviones comerciales en estos monstruos arquitectónicos. Se trataba del nuevo polo opositor a occidente, los fundamentalistas islámicos. El pasado recordó los errores cometidos en la política exterior estadounidense, ellos los armaron.

Desde este momento, el declive de Estados Unidos como referente moral para el mundo comenzó a perderse. Decisión tras decisión o mentira tras mentira, Bush comenzó a perder el poder y llevó a la quiebra a su país. A principios del 2007, los analistas económicos comenzaron a hablar de una posible recesión económica en Estados Unidos que arrastraría a todo el mundo, si no se hacía bien la tarea, a una problemática jamás vivida. En 2008, el mundo se enteró que la administración Bush no hizo lo necesario para evitar lo que hoy es realidad.

En ese mismo año del ‘crack’ financiero, las elecciones para elegir presidente de Estados Unidos comenzaron a mostrarle al mundo un personaje desconocido, el ‘afroamericano’ Barack Obama. Su ascenso en Estados Unidos había sido igual de acelerado que en el resto del mundo. Obama derrotó en las internas demócratas a Hillary Clinton. Y pasó su aplanadora al candidato republicano John McCain. Después de ocho años, el final de la era Bush había llegado, pero, con ella había llegado a su ‘fin del inicio’ la búsqueda del ‘black power’, los puestos de poder político.

Obama se ha convertido en el primer presidente de color de los Estados Unidos, llega en momentos en que la noche se le ha venido encima a la Unión Americana. Pero esa llegada, con su noche negra, marca el inicio de una nueva etapa en la nación, con él (Obama) termina la etapa de ‘mosaico étnico’ que vivió el siglo XX y el pueblo estadounidense. Ahora, el crisol original que había pasado a ser mosaico se ha convertido en un nuevo crisol que trae consigo una combinación nunca antes vista. En Estados Unidos pueden convivir los blancos, negros, asiáticos, latinos o de cualquier otro origen étnico, sin estar en una guerra constante; lo mejor del caso, allí, parece ser, los sueños se siguen haciendo realidad.

Estados Unidos con Barack Obama se vuelve a reconfigurar, muestra que el sectarismo que alguna vez los dividió es cosa del pasado; por supuesto, esto no quiere decir que a los intolerantes la tierra se los tragó, ahora son minoría. El crisol que es Estados Unidos demuestra que las diferentes formas de vida han permitido crear un universalismo que incorpora a diversos grupos en un todo cultural unificado, sin que se pierda la identidad de grupo.

Hay una muestra clara en la Unión Americana: hay conciencia sobre la pertenencia a grupos étnicos y raciales que no impiden la identidad nacional y el poder central del gobierno. Pero también continúa una de las creencias heredadas de los padres fundadores: la meritocracia, quienes trabajen duro, triunfarán. Las diversas comunidades étnicas que están al interior de la república imperial han demostrado su humildad para reconocer el esfuerzo de los demócratas y Barack Obama. Los latinos, blancos, asiáticos, no le han negado el voto a una persona que no pertenece a su grupo étnico ni a la mayoría ‘blanca’; por el contrario, le han reconocido su trabajo.

La consecuencia de que Barack Obama sea hoy presidente de los Estados Unidos la podemos localizar en esa ‘ingeniería microsocial’ de la que habla Lipset: el Estado ha reajustado el orden de las posiciones producidas por la historia. Sin este ‘reajuste’, el racismo jamás se hubiera superado. Hoy Jefferson puede dejar de temblar, o desde hace años, los estadounidense han aprendido a decidir por ellos, ya no dependen de Dios. Debemos seguir su ejemplo.

Para los tiempos que corren en Estados Unidos, la canción de Bob Dilan “You don’t need a Weatherman to know which way the wind blows”, vuelve a tomar vigencia, ya “no es necesario un meteorólogo para saber por dónde sopla el viento”. Estados Unidos se ha vuelto a reinventar, esperemos que los radicales no terminen por dominar la ‘claridad de lo negro’, Barack Obama.

NOTA: Publicado en el suplemento político Ágora en 2009