Comúnmente un empresario que domina un sector de la economía o está dentro del Top Ten de alguna rama de negocios no participa de manera constante en política, solo cuando la situación lo amerita, pues tampoco quiere verse como un apático ante la sociedad, o cuando sus intereses se ven afectados por cierto grupo en el poder político.
Del autoritarismo hemos heredado varias prácticas y creencias, algunas han arraigado en todos los partidos políticos, otras en la clase empresarial.
En la izquierda mexicana se considera que el empresario está coludido con el poder político y siempre es el poder, el mandamás, tras la silla presidencial.
En la derecha, el empresario es visto con buenos ojos y su interés es ayudar a los más desprotegidos. Por supuesto, su injerencia en política es mínima y la hace con buenas intenciones. Aunque en los gobiernos de derecha que se han tenido en México las ofertas en productos ha crecido, los dueños de las mismas son los mismos que compiten desde hace 40 o 50 años.
En fin, por cuestiones ideológicas que identifican a millones de mexicanos los empresarios son dioses o demonios. Las posturas no solo se excluyen, sino que tampoco humanizan al empresario, prefieren el mito que justifique sus fobias y alianzas.
En el caso del empresario mexicano, son muy pocos aquellos que han decidido apostarle a la democracia para generar libertades económicas. La mayoría de los empresarios mexicanos prefiere el neoliberalismo protegido con autoritarismo y si se puede, que mejor si es un totalitarismo como el chino.
China ha demostrado que capitalismo y comunismo son una formula que funciona. Aunque para ser más exactos, tenemos que decir el que sistema de partido único ha permitido que el capitalismo fortalezca al modelo político comunista. Hoy es un monstruo que logró combinar dos entes que tienden a dominar todo. La ideología permite el manto que cubre la ignominia y la propaganda que promete el paraíso solo ha traído un devastador infierno.
Por supuesto, nuestra izquierda se rompe las chanclas de diseñador italiano en las marchas hablando del del desgarrador neoliberalismo y quiere acabar con la democracia que les garantiza la protesta. El problema es que no hemos separado de manera clara la política de la economía.
En México tenemos ejemplos notorios de la intervención de los empresarios en política, no violando una ley, sino mostrando el poder que tienen para expandir una opinión e influir en el resto de los interesados en la opinión pública. Cuando dos empresarios controlan los medios de comunicación y la opinión de uno es contraria a la de ellos, la vida privada se convierte en pública. Ningún mecanismo se escatima para parar las críticas. Por supuesto, los últimos años muestran que se necesita ser dócil para aplicarlos. El movimiento de jóvenes tuvo puertas abiertas para en cualquier momento señalar su intolerancia, pero también para mostrarle su compromiso a cambio del olvido de sus peticiones o sacar la petición de “cadena nacional” de la agenda pública. ¿han visto en estos días alguna propuesta que reforme el Código Federal de Instituciones y Procesos Electorales (COFIPE) para que cada debate sea transmitido por cadena nacional?
El 2006 fue una lucha entre empresarios y la izquierda partidista. El 2012 un intento de reencuentro que no cuajó.
En el fondo de las cosas, los empresarios no han buscado la plena libertad, autonomía de la clase política, la necesitan, no solo para hacer negocios, sino para protegerlos de la competencia que puede terminar con ellos.
El encuentro entre Soriana y el Partido Revolucionario Institucional (PRI) es una muestra de esa complacencia que tienen por trabajar juntos sin separar sus sistemas y lógicas. Es el PRI quien defiende la honestidad y decencia de la cadena de súper mercados, no los empresarios mexicanos. El silencio es casi total. La izquierda partidista y sus “charola” es otra muestra de que también hay empresarios que logran hacer negocios con ellos y están dispuestos a tolerar sus excesos mientras los favorezcan en los negocios y protejan del extranjero “explotador”.
El empresario mexicano no ha defendido el liberalismo que garantiza su existencia, sino su existencia a costa de sacrificar las libertades de los demás.
Si algo hemos visto en este proceso 2012 es que el descaro para apostar con su dinero a la manipulación de la opinión, ha pasado a los canales privados de la política mexicana.
El empresario dice desconfiar de quienes lo acusan y pide confiar en él sin presentar las muestras claras de su lucha por el bien común. Hemos heredado empresarios que prefieren a “Papá Gobierno” para que decida quién sí sube de clase económica y quién baja.
No hay luces de tener una clase empresarial que sea contrapeso de la clase política, solo cómplices autoritarios.
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