La semana fue del Bronco, el INE, el TRIFE y ese recuerdo que con corrupción se puede avanzar en este país y no pasa nada. La ley existe para violarla.

Al Bronco después de una semana no se le nota cara de vergüenza por las supuesta falsificación de firmas que ha denunciado el Instituto Nacional Electoral, INE, ante medios y la Fiscalía Especializada Para la Atención de Delitos Electorales, FEPADE. Al Bronco, al igual que al resto de la clase política mexicana, solo se le escucha ese discurso victimista que recuerda a que todas las acusaciones son un “complot” y que es víctima de sus adversarios políticos.

Esta vez las instituciones electorales no recibieron una crítica por supuestamente impedir la participación de un político, tampoco por supuestamente permitir una campaña sucia contra un candidato, como los partidos políticos esgrimieron contra el IFE, ahora INE, en 2006. Al contrario, esta vez fue porque el Tribunal Electoral lo dejó participar a pesar de las supuestas irregularidades que había cometido cuando como candidato independiente no siguió las normas del juego y abusó de los datos personales de los electores.

Hasta el momento ningún personaje de las elecciones ha salido a defender la participación de El Bronco, solo se ha dedicado a descalificar al INE y TRIFE por su trabajo. Los partidos políticos ven al árbitro de la contienda como el culpable de que no se respeten las reglas; que no los atrapen violando las reglas del juego electoral es una virtud para ellos, el clásico “qué chingón soy”, el agandalle mexicano que festeja a quien se mete en la fila del banco, el que se estacionada en doble fila, el que no respeta la ley y se siente orgulloso que la autoridad quede ridiculizada.

Hay una lección que nos mostró la clase política esta semana: violaremos la ley cada que podamos, desde donde podamos, y la culpa será de las instituciones. En otras palabras, no hay una voluntad de origen en la clase política para respetar la ley, continuar los procedimientos.

Para evitar que la clase política, los partidos y gobiernos no violen la ley, la democracia tiene mecanismos de pesos y contrapesos, instituciones que deben vigilar, más que aliarse con la corrupción, para atrapar a las personas que se aprovechan de sus cargos públicos para robar. La corrupción encarece a la democracia, pero también abona a la desconfianza que no permite avanzar a las sociedades.

Lamentablemente ni la candidata, ni los candidatos de esta elección presidencial están fuera de escándalos de corrupción, directa o indirectamente.

La semana electoral transcurrió en las escenas de corrupción política cotidianas que hemos visto desde 2006, cuando la televisión mostró los vídeo escándalos del equipo cercano a AMLO, hasta el complejo modelo de corrupción que instauró el gobierno de Enrique Peña Nieto, dado a conocer por Animal Político como la Estafa Maestra.

Solo quedó para el anecdotario que en algún momento se tocó el tema de los salarios en México y no se debatió entre los candidatos. Así como también ha sido una anécdota, y reclamo, en la mesa de renegociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte. Las elecciones transcurrieron en la dinámica que han propuesto los partidos políticos desde hace décadas, el escándalo, la descalificación y el victimismo. Ni una palabra sobre los ciudadanos asesinados por querer hacer política.