El arte de morir a solas de Ernesto Pérez Chang

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Las personas no mueren solas, hay una alteración del contexto que los mantiene en nosotros o en al ambiente en que vivieron. Sus vidas se prolongan en los recuerdos y en los tormentos.
El libro de Ernesto Pérez Chang, El arte de morir a solas, está lleno de personajes extraños, en una primera aproximación, personajes únicos e irrepetibles como los seres humanos. Es un libro distinto a los que se pueden encontrar en la enclaustrada literatura cubana, la cual se pondrá de moda por esta época gracias a los cambios políticos que se están presentando con su eterno rival, y gran aspiración para muchos cubanos de a pie, Estados Unidos.
Su narrativa nos cuenta vidas solitarias en un tiempo presente, pero con las dudas de si están vivos o no, que nos llevan a los sentimientos y aspiraciones de los solitarios, lo que no lograron realizar, lo que no salvaron.
Es un libro que se lee lento. La forma en que está escrito, esa escuela cubana formada por Alejo Carpentier, no tolera distracciones. Es un libro celoso que requiere la atención del lector, aunque no todo quede claro, aunque unos cuentos estén de más ahí, es una forma extraña, como sus personajes, de acercarse a una literatura cubana que ha preferido el borde del río a la corriente central de la vorágine “revolucionaria”.
Un cuento, “Escalera de servicio”, nos acerca a la ansiedad de sentirse atrapado en un espacio que avanza poco hacia un estadio superior que promete una salvación o, al menos, un respiro ante la asfixiante situación actual. Cada escalón es una muerte, un sufrimiento, un sacrificio, para que el personaje principal al final quede solo, sin saber si al final de la escalera la puerta se podrá abrir. Un grupo humano que decidió matarse antes que reinventar su unidad para sobrevivir.
Después de cuentos breves que no pasan una hoja, la soledad del escritor nos presenta “La próxima parada” donde narra la monotonía de la vida, el ciclo que se genera en la vida de las personas que dejan de observar el espacio en el que viven y al final terminan atrapados en la rutina cotidiana que los conduce a la muerte, obteniendo solo el recuerdo de la persona que ocupa un lugar en el autobús y que tarde a tarde se bajaba en una parada determinada. Ahí su alma, viajando en la misma ruta de autobús.
A pesar que el libro está lleno de amantes extraños, sexo fortuito, pequeñas apuestas de sexo desenfrenado, el amor tiene que ser dramático como el “hasta que la muerte los separe”. En “Viaje silencioso al paraíso” el autor juega con un trío amoroso de dos mujeres con un hombre, el cual decide que compartan un viaje juntos en automóvil. La competencia entre las mujeres se vuelve desenfrenada hasta que un choque fortuito termina por matar a los tres. Juntos, después de la muerte, una se quedará a su lado mientras grita a la otra que no se separe de ellos, que caminen juntos por la eternidad como un mero instinto de supervivencia, ha ganado.
Si la muerte es el fin de la efímera vida, pues después de comprenderla nadie quiere morir, nos aferramos a la permanencia, no hay como ese anhelo de trascendencia egocéntrico en diversos grados escondido en los humanos. Los artistas -o las figuras públicas en general- buscan esta trascendencia después de la muerte, que los recuerden por sus obras y por sus vidas. La herencia de su arte tiene que pasar a sus discípulos, quienes defenderán su honor ante quienes se atrevan a socavar sus memorias. “Lecciones de miedo” es precisamente el cuento entre una discípula frustrada por no ser la elegida del mentor en su lecho de muerte con una idiosincrasia que aflora en su piel.
Al final, está el cuento cumbre, el que atrapa, el que se atreve a hablar de la soledad del gobernante y la muerta del pueblo con él. Es “El arte de morir a solas” sabiendo que hay un ruido eterno que nos rodea y el cual clama nuestra muerte, y en el lecho de ella solo hay hipocresía y el miedo de quienes rodean al líder porque se entere de su fracaso y mate a otros en la rabieta de morir a solas.
Al igual que con Carpentier en su libro “El recurso del método”, Pérez Chang recurre a un líder que clama fidelidad al principio de su historia, un redentor que libera al pueblo y promete, como mesías, llevarlo a tierra prometida y en el trayecto sus fracasos solo le permiten coercitivamente sobrevivir manteniendo a su pueblo en la sumisión, el miedo. El pueblo asiste al lecho de muerte de su líder, esperando que muera. El líder asiste a la muerte de su pueblo. Es el “arte” completo de quienes mueren a solas con el ruido que ya no les pertenece, sin ese peculiar estereotipo de morir rodeado de los seres queridos.