El sexenio de Gabino Cué ha desgastado lo suficiente la transición política en Oaxaca como para generar el desencanto ciudadano que pueda permitir el regreso del PRI si el votante se ausenta de las urnas en las próximas elecciones. A pesar del malestar, el recuerdo del 2006, la APPO y Ulises Ruiz pueden ser el detonante del voto útil ante lo peor.

Después del Quinto Informe de Gobierno de Gabino Cué el resultado de este sexenio, el primero diferente al Partido Revolucionario Institucional en Oaxaca (PRI), es la sobrevivencia de la estabilidad política en niveles mínimos, o sea, jugando con la delgada línea que conduce a la violencia.

El único resultado que logró mover a los actores políticos del sistema político de Oaxaca fue la Reforma Educativa a nivel federal. La aplicación de la reforma en Oaxaca es más consecuencia de los problemas políticos y la pérdida de popularidad del presidente Enrique Peña Nieto que de la voluntad política del gobierno federal y estatal por aplicar la ley. Por supuesto, no se pueden dejar de lado los cálculos políticos erróneos de la Sección XXII del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educaciónn (SNTE) que no midieron los límites de su poder y la pérdida gradual y sostenida de apoyo popular después del 2006.

A pesar de los conflictos violentos en Oaxaca, la violación sistemática de los Derechos Humanos, los feminicidios -con todo y la presencia de la Policía Federal que solo está para controlar a la S-22- y los constantes chantajes de los grupos de presión del sistema político oaxaqueño, sin olvidar el estancamiento de la economía, el sexenio de Gabino Cué y el grupo que lo apoyó durante el proceso electoral ha logrado llegar al final.

En efecto, el primer resultado de Gabino Cué en términos políticos es llegar al fin de su sexenio, diciembre es su último mes, el siguiente año será electoral, él ya no será el centro de atención. El segundo resultado es no haber tenido otro 2006; y el tercero, haber negociado con el gobierno federal la aplicación de la Reforma Educativa. Con ello, logró minar al grupo de presión más influyente del sistema político después de los partidos políticos con opciones reales de ganar una elección.

Los resultados de Gabino Cué son mediocres, pues vió más por la sobrevivencia de su gobierno que por tomar la agenda ciudadana que permitiera el avance de la democracia en Oaxaca en otros rubros y no solo en lo electoral.

El problema que ahora vive la transición política es si estos magros resultados todavía permitirán generar un voto útil ante el escenario del regreso del PRI.

Como he mencionado en textos anteriores, el problema de la transición política de Oaxaca es que no forzosamente incluye actores políticos de corte democrático, sino actores políticos que vieron en la democratización de México la oportunidad de sobrevivir en el poder aceptando cambios mínimos o permitiéndolos hasta que se dieran en el orden federal.

Si se quiere que Oaxaca salga del bache en el que se encuentra, al fondo de México, el oaxaqueño debe comenzar a generar presión hacia su clase política, pero para ello se necesita que al menos los políticos en el poder estén dispuestos a escuchar y respeten los mecanismos pacíficos de la sociedad civil para manifestar inconformidad. O sea, no callarlos por medios de las balas, las desapariciones o mecanismos que provienen de las dictaduras o del régimen autoritario priista, como en 2006.

En conclusión, al oaxaqueño le queda elegir entre los mediocres herederos de Gabino Cué o el autoritarismo del PRI. Ausentarse de las urnas será una señal: dejar todo en manos del voto duro, o sea, del PRI.