Los comportamientos políticos y sociales que se odian o no se quieren en una sociedad también son productos de ella, erradicarlos en una democracia depende de la sociedad civil, la parte activa de la sociedad, no del gobierno.

En Oaxaca el comportamiento violento, en lo público, de grupos como los normalistas y maestros de la Sección 22 del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE) -y vanguardia de la disidencia a este sindicato agrupada en la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE)- existe porque los ciudadanos lo permiten y el gobierno lo tolera.

Cada que hay una protesta de los normalistas y la CNTE se generan destrozos a la propiedad privada y el patrimonio de Oaxaca. Si las exigencias de los protestantes no son cumplidas por el gobierno, los niveles de violencia aumentan en contra de la ciudadanía. El fin es asfixiar la legitimidad o capacidad de gobierno. Después de que la presión crece, como consecuencia de la actuación de grupos políticos que intentan ganar algunos puntos con estas crisis que provocan las manifestaciones, el gobierno actúa. La presión puede venir de grupos locales o nacionales, que se manifiestan porque siguen sucediendo protestas acompañadas de violencia por parte de los manifestantes a pesar del avance de la transición política y alternancia de partidos en Oaxaca. ¿todos los partidos políticos son iguales?

En efecto, la clase política en Oaxaca puede ser igual, actuar de la misma manera, pero con la diferencia de beneficiar a los grupos políticos y sociales que están en su órbita de influencia y favorecen sus intereses.

Pensar que un análisis sobre la clase política explica el comportamiento violento de los grupos que piden resolver sus demandas en Oaxaca es erróneo, incompleto. La actuación de la clase política explica una parte, pero no el todo.

La sociedad oaxaqueña es culpable, no solo porque tolera que los grupos que protestan violen sus derechos humanos, políticos, económicos y sociales. También lo es por permitir que la clase política actúe bajo una lógica que solo beneficia a los políticos y su sobrevivencia, como la permanencia de la cultura política que hoy ostentan, o sea, su comportamiento. Por supuesto, protegiendo su órbita de influencia.

El oaxaqueño no es víctima de lo que sucede en un sistema que está en proceso de transición política y que, hasta este momento, ha mostrado que quiere enfocarlo a la creación de un régimen democrático, es parte del problema. Se hace víctima al solo quejarse en las redes sociales, muestra su cultura política al fomentar el odio, insultar a los violentos, mentar madres contra sus gobernantes y pedir el uso de la violencia -legítima- por parte del gobierno para parar la protesta o el secuestro -tomar un banco o una tienda- normalista del día. De ahí, después de la coyuntura del día, no hace nada. Regresa a su vida privada, va al cine, las chelas, se preocupa por su familia -su órbita- se olvida del espacio público. Un cerdo consumista y un individuo político que solo sabe quejarse, no un ciudadano en la práctica.

El problema de la violencia hacia terceros en Oaxaca reside en que no hay una ciudadanía activa que transforme de fondo la cultura política. No hay grupos de la sociedad civil interesados en transformar la cultura política del oaxaqueño, acercarse a la sociedad para hacerle entender que si no se responsabiliza de su espacio público seguirá secuestrado por los grupos de interés de los gremios, como los normalistas, maestros, empresarios y clase política.

Además, si no existe una sociedad civil activa, la clase política de Oaxaca no tiene por qué cambiar, no hay un incentivo que le provoque el cambio, pues sabrá que elección tras elección solo cambiará el partido político, pero tendrá las cuotas de poder que necesita para sobrevivir.

La democracia no se trata de la queja, sino de transformar la queja en crítica, llevar nuestras palabras a la acción. Si en Oaxaca están “hasta-la-puta-madre” de la violencia de los que protestan y que el gobierno no haga nada, es porque los oaxaqueños no han logrado con sus exigencias que la clase política cambie. No se han manifestado para erradicar el problema de fondo, prefieren, las redes sociales, cobardemente (por que sí tienen las leyes y el derecho a manifestarse a diferencia de otros territorios donde solo queda la Internet), en vez de tomar las calles y las leyes para demandar que la cultura política cambie. Se victimizan para dar lastima ante los otros, pero una sociedad con esta actitud solo demuestra que no tiene la capacidad para organizarse y hacer que su propia sociedad cambie. En términos políticos el oaxaqueño todavía no es ciudadano “activo”, solo lo es en las leyes.

En Oaxaca ya existen leyes para cambiar o remover gobernantes ¿Por qué no se utilizan?

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Nota: Una versión de este texto se publicó en la revista Mujeres del mes de abril.