Luis Ugartechea, presidente de la ciudad de Oaxaca de 2010 a 2013 /Foto. Municipio de Oaxaca.
Luis Ugartechea, presidente de la ciudad de Oaxaca de 2010 a 2013 /Foto. Municipio de Oaxaca.

Hay tres formas de hacer la diferencia entre un gobierno y otro a nivel municipal. Primero, obras espectaculares que den continuidad a un partido político. Segundo, altos niveles de corrupción que inviten a la nostalgia política de “aquellos eran corruptos, pero no tanto”. Tercero, cambios sustanciales y palpables en la forma de hacer política que favorezcan la participación ciudadana, o sea, la aparición de la democracia. En Oaxaca, ninguno de los tres se ha presentado después de tres años de la alternancia en el poder central, el Gobierno del Estado.

Aunque todavía hacen falta tres años para que Gabino Cué y el grupo que lo acompaña en el poder -partidos políticos, empresarios, consultores y asesores- sean valorados en las urnas, el fin de las administraciones municipales que comenzaron con su llegada al gobierno y que tienen funciones similares al ejecutivo estatal, permiten hacer un corte de caja desalentador, si se piensa en que el objetivo era realizar prácticas acordes a los valores democráticos. Si se piensa en la mera sobrevivencia política, el resultado puede quedar tablas, en términos futboleros: un empate aburrido que se calentó en los medios de comunicación y terminó en una danza que durmió hasta el más fanático.

En efecto, las autoridades municipales que dejaron el poder, se preocuparon más por su carrera política y en dejar a su delfín o grupo político que los llevó al poder que en mostrar otra forma de hacer política que se contrapusiera al autoritarismo priista.

Los políticos oaxaqueños siguen sin creer que las posturas democráticas, aunque sea de dientes para afuera, pueden generar triunfos. El mejor ejemplo, de las posturas hipócritas y pragmáticas para aprovecharse de la débil democracia mexicana es Enrique Peña Nieto. En el fondo el PRI autoritario; en la forma, una imagen que se viste de demócrata y engaña, en primer plano, a quien lo permite y olvida la historia.

En Oaxaca, los políticos de la alternancia no lograron demostrar, ni siquiera, una imagen distinta. Repitieron el patrón cultural de siempre y pretendieron vivir de una sola obra “espectacular”. Ugartechea, en la ciudad capital, prefirió vivir de las disputas con los intermediarios de Gabino Cué y el encuentro internacional de las ciudades patrimonio. El resultado: victimismo, egolatría y derrota ante el PRI.

Lamentablemente, no se puede hablar de un nuevo paradigma de gobernar en Oaxaca. Después de estos tres años, el núcleo desde donde debe cambiar la política -el municipio- se mantiene intacto, el continuismo de las normas y las leyes no escritas del sistema autoritario oaxaqueño siguen presentes.

Oaxaca tampoco cuenta con una ciudadanía activa que exija los cambios y aprenda a presionar a sus políticos para incidir en el rumbo de gobierno.

Lo imperceptible del cambio político en Oaxaca es que los valores del autoritarismo están quedando para dar paso a una oligarquía renovada.