La clase empresarial de Oaxaca no ha comprendido el proceso de transición política que se vive en el estado. Tampoco, la lógica de los partidos políticos. Han vuelto a salir derrotados en un proceso electoral local.
A inicios de año, los rumores que corrían en la prensa oaxaqueña venían de la clase empresarial. Hablaban de empresarios preocupados por lo social y de rostros “nuevos” que llegaban a oxigenar la política oaxaqueña. Al paso de los meses, los rostros de los empresarios comenzaron a desaparecer, igual de fugaces que su aparición.
Lo cierto es que un rumor en la prensa no es un hecho, o sea, no existe en la realidad del periodismo. También, es una costumbre: contratar periodistas u ofrecerles futuros si terminan gestando noticias que posicionen a una persona en determinados temas. Así lo hicieron los empresarios, por cualquiera de las vías, pero no les alcanzó para convertirse en realidad.
Con el paso de los procesos electorales, los empresarios de Oaxaca han desgastado su imagen intentando llegar al poder, aunque sea para ser candidatos. A pesar de lograr ser candidatos, las urnas les han dicho que no, o sea la ciudadanía. Véase el ejemplo de José Escobar, empresario ligado al PRI, cada proceso electoral que participa es derrotado, sea en las internas del partido o en las votaciones, en 2010 volvió a perder cuando intentaba ser diputado local. Igual es el caso de Oswaldo García Jarquín, quien se mueve entre la izquierda y derecha partidista, derrotado en 2010 por un político que no tiene ni un discurso que ofrecer y que solo lo expuso como un personaje que prefiere judicializar la política. También participaron Sergio Bello, expresidente de la Asociación de Hoteles y Moteles, así como dueños de gasolineras.
En este proceso electoral, varios empresarios gastaron en publicidad, se subieron a las redes sociales, hicieron su Asociación Civil o la desempolvaron, compraron portadas en revistas, gestaron rumores sobre su posible triunfo al interior de los partidos políticos y estos, terminaron por elegir a los mismos de siempre. Por supuesto, no faltó quien prefirió mostrar a sus empresas como marca, aunque en política se trata primero de las acciones del individuo.
¿Por qué han fallado? Primero, porque no han distinguido entre procesos internos y elecciones. El proceso de selección en cada partido político depende de los “usos y costumbres”, leyes no escritas, relaciones entre grupos de partido que garanticen competitividad en el proceso electoral. En el caso de la elección, el candidato debe ser rentable y no se debe perder tiempo en posicionar su imagen, ni limpiarla por el desgaste del proceso interno.
En procesos electorales con un margen corto de tiempo, haber posicionado la imagen de un empresario hubiera costado al menos la mitad del tiempo de la campaña. Por supuesto, con el inconveniente de que su pasado, poco conocido ante la ciudadanía, despertara escándalos atractivos para el votante, o sea, exponer su vida privada sin un parachoques.
En el caso del proceso interno, un candidato externo, como los empresarios, tendría que trabajar en el diálogo con los grupos de los partidos políticos para no dividir el voto duro o generar campañas de “brazos caídos”: no me salgo del partido, pero tampoco colaboro en el triunfo del candidato.
En estas elecciones, los empresarios se presentaron ante la opinión pública a pocos meses de iniciar formalmente las campañas, o sea, quedaron como oportunistas. Además, no presentaron propuestas, ni planes de gobierno innovadores que lograran distinguirles de los políticos profesionales.
Para colmo, utilizaron estereotipos de propaganda política cercana a los políticos. Nada logró hacer que se distinguieran como nuevos actores políticos, sí se distinguieron por seguir la lógica de los políticos profesionales.
Veremos si en un futuro compiten como candidatos independientes, ahora que la ley lo permite y solo se está a la espera de la regulación correspondiente.
Nota: Publicado en la revista Mujeres del mes de Julio.
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