En el centro, Alejandro Solalinde; a la derecha, Enrique Peña Nieto.
En el centro, Alejandro Solalinde; a la derecha, Enrique Peña Nieto.
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Alejandro Solalinde, sacerdote católico, que lucha por los derechos de los migrantes ha ganado el Premio Nacional de los Derechos Humanos que otorga el gobierno de México. Durante su vida ha luchado por terminar con las prácticas autoritarias del partido que gobierna el país.

Sorprendente que en el regreso del Partido Revolucionario Institucional (PRI) a la Presidencia de México, se diera el premio al sacerdote católico Alejandro Solalinde que ha luchado por los derechos de los migrantes y el respeto a la vida en Oaxaca, donde habita uno de los sectores del PRI caracterizado por el uso de la fuerza, las costumbres autoritarias y la violación de las libertades individuales.

En las elecciones 2012, donde venció Enrique Peña Nieto con el PRI, Solalinde tuve que abandonar el país porque nadie podía protegerlo de las amenazas de “Ulises Ruiz” –ex gobernador de Oaxaca.

En su momento, Solalinde dejó en claro que el exgoberador “no es el único” que lo intimidó, pero sí que en su “sexenio… fui agredido y estaba la firma de la casa y de principio a fin luchó primero para que no compráramos el terreno después para que no construyéramos… el albergue”.

En los momentos en que tenía que abandonar el país, recordó cómo el Partido Acción Nacional, por medio de Francisco Ramírez Acuña (ex gobernador de Jalisco), le dijo que “contra Ulises Ruiz el gobierno de Felipe Calderón no podía meterse porque necesitaban al PRI para las reformas estructurales”.

Al gobierno actual de Oaxaca, encabezado por Gabino Cué y respaldado por la izquierda y derecha partidista «, tampoco le interesó investigar y detener a los que amenazaban y provocaron la partida de Solalinde del país. Su ausencia en 2012 en las elecciones para Presidente de México, solo sirvió para calmar a sus opositores. En otras palabras, su salida sirvió para administrar el problema, no para resolverlo o generar una estrategia que cambiara la situación de los derechos humanos de los migrantes en el Istmo de Tehuantepec.

Solalinde merece el premio, no por defender los derechos de las personas, sino por buscar que los mexicanos reconozcan que los migrantes son humanos y tienen derechos.

El premio fue entregado por los compañeros de partido político de quienes lo persiguen. Se puede pensar que la entrega del premio ha sido un cálculo político, pues al lado de Solalinde hay otros defensores de derechos humanos que lo merecen. No dudo del trabajo del sacerdote católico, ni sus críticos, que sin él no existirían.

Sí observo en la entrega del premio una imagen contradictoria, un presidente, Enrique Peña Nieto, que durante su vida y campaña política ha estado rodeado de aquellos que han perseguido a Alejandro Solalinde, ahora le reconoce su esfuerzo, hasta cierto grado, por sobrevivir a los priistas.

La forma en que se elige al ganador del Premio Nacional “Derechos Humanos” debe cambiar. No debe ser elegido por el gobierno de México, sino por la sociedad civil, por los ciudadanos, pues son ellos quienes reconocen y perciben el trabajo de los activistas.

Resulta contradictorio que los gobiernos, los políticos, envueltos en violaciones de derechos humanos, entreguen el premio que reivindica a los activistas que defienden la democracia.