Entregar el Premio Nobel de la Paz a la Unión Europea ante la crisis económica que vive, falta de credibilidad de sus políticos, el contexto de la Primavera Árabe y rodeado de las ideas y amenazas de rupturas por las deudas particulares de los Estados que la conforman, genera el escenario polémico que vivió el anuncio.
Las críticas al Comité Noruego suponen que el premio está devaluado y responde a intereses políticos que solo buscan engrandecer las apuestas de occidentalización. Las acusaciones no son nuevas.
En 2009, Barack Obama, Presidente de los Estados Unidos, ganó el Nobel de la Paz y las reacciones en contra no se hicieron esperar.
Los críticos señalaron que no había trabajado por la paz, ni había hecho lo suficiente para terminar los conflictos bélicos que su país sostiene -todavía- en diversas partes de Medio Oriente.
Específicamente reclamaron que Obama no había dado ninguna muestra para poner fin a las ocupaciones de Irak y Afganistán. También, se apuntó que el primer presidente de color de Estados Unidos no terminaba con la prisión de Guantánamo (al oriente de Cuba), donde se comprobó la violación de Derechos Humanos de presuntos terroristas y no les garantizaban un juicio justo; por supuesto, la cárcel está fuera del derecho internacional.
Las críticas hacia Estados Unidos y Barack Obama continúan vigentes. La prisión de Guantánamo sigue abierta, tropas de Estados Unidos se mantienen en Medio Oriente y la muerte de Osama Bin Laden, muestra misiones militares que rompen la justicia en diversos países. ¿Por qué recibió el premio?
Ahora, el Nobel de la Paz vive una polémica similar porque la Unión Europea tiene una crisis de credibilidad y confianza ante sus ciudadanos. Por supuesto, las críticas desde otras latitudes muestran a la unión de Estados como una apuesta por la (nueva) colonización e imposición de la visión “eurocentrista” de lo que sucede en el mundo.
Aunque los críticos del premio pueden tener razón en todos los argumentos que esgrimen, no comparto la visión del desgaste de los Premios Nobel. Tampoco comparto aquella visión que los convierte en la única medición “válida” para saber quién marca el ritmo en cada área de los premios. Sí considero que los Premios Nobel son un reconocimiento respetable a nivel mundial, pero como todo premio, dado por un jurado de humanos, tiene tendencias.
En particular, el Premio Nobel de la Paz es un reconocimiento a las luchas pacíficas que se dan por la democracia y la libertad en cualquier parte del mundo. Por supuesto, su lucha incluye la defensa de la vida, pero tiene la característica particular de incluir la construcción de la vida en libertad.
Pensar en libertad y vida en democracia es lógico, no están separadas y viven intrincadas. La vida y la libertad fuera de la democracia se encuentran separadas, la mayoría de las veces se sacrifica la libertad con tal de mantener la vida, así los mecanismo de dominación, el miedo, el terror y los grupos autoritarios y totalitarios, imponen una visión del mundo a quienes dominan, no solo gobiernan.
La Unión Europa está llena de imperfecciones, fracasos particulares y pendientes históricos que con el avance de la globalización se ven lejanos de cumplir.
La crisis actual de la Unión Europea localiza parte de sus causas a lo largo de su formación, particularmente en los pendientes que arrastran en materia de institucionalización y -sobre todo- en aquellos puntos que sacrificaron los Estados para formar acuerdos que permitieron avanzar en la formación y consolidación de la unión.
En algún momento, los pendientes institucionales volverían a cruzarse en el camino, aunque en un contexto coyuntural distinto, pero sí reconocible de una crisis.
Los pendientes son un ingrediente para la ebullición de la crisis, incitan a la protesta, pues toda promesa incumplida es una traición a la ciudadanía, un motivo para la rabia ciudadana, digna y suficiente para activar la imaginación que en un futuro provocará las soluciones.
En el anuncio del Comité del Nobel, se reconoce a la Unión Europea “por su contribución durante seis décadas al avance de la paz y la reconciliación, la democracia, y los derechos humanos en Europa”. Al permitir el avance en sus territorios, provocó que la democracia y los derechos humanos se expandieran a otros territorios. Los europeos son un ejemplo de luchas pacíficas por la libertad. Sea contra el comunismo u otras formas de totalitarismo.
Reducir las críticas y opiniones a una visión excluyente de fracasos y éxitos, no permite un análisis serio de lo que ha sucedido para entender el presente.
La idea de formar la Unión Europea nació al final de la Segunda Guerra Mundial con un continente destrozado y entre dos caminos: el comunista de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) y el modelo de los Estados Unidos.
La idea de la unión permitió la conformación de una tercera ruta y la única que recuperaba el ideal europeista de la paz.
El camino de Europa ha sido construido desde los europeos. Por supuesto, no estoy diciendo que el proceso haya estado exento de las dificultades de las negociaciones, ni del triunfo y derrota de Estados y grupos sociales.
La magnitud de la aparición de la Unión Europea no se debe reducir a una unión inacabada llena de fracasos porque el momento coyuntural lo muestra así.
La Unión Europea se debe pensar como un proyecto inacabado que ha permitido la solución de problemas por medios pacíficos y, sobre todo, regidos por un marco legal que garantiza la aplicación de la justicia en términos equitativos.
En otras palabras, aunque se puede argumentar que la aplicación de la ley es imperfecta, los avances que muestra la Unión Europea han garantizado que la transparencia sea un logro y beneficio en favor de la estabilidad política.
La transparencia de los procesos de toma de decisiones por parte de los políticos, las reglas que permiten un sistema de libre mercado y competencia, vigilado por tribunales, la libertad de expresión que ha permitido la fortaleza de la prensa, con niveles de autonomía que garantizan el trabajo de los periodistas y sistemas electorales que no están bajo las sombras de fraude, son el recuerdo y presente que en 60 años la Unión Europea ha progresado desde las ruinas de la guerra.
Europa se ha reinventado las veces que ha querido y la democracia siempre ha estado, muchas veces reducida a núcleos, presente como la vía que rescata de la oscuridad.
Los problemas actuales recuerdan que la democracia siempre necesita de la participación de los ciudadanos y la actualización constante de las leyes para responder a los nuevos fenómenos de la sociedad.
Ahora que los problemas económicos y administrativos agobian a la Unión Europea, el Premio Nobel sirve para recordar que la soluciones, al igual que en el pasado, están en los ciudadanos y la política como paz.
No se puede negar que en 60 años la Unión Europea no solo se reinventó en la democracia, sino que sirvió de inspiración a decenas de países en otros continentes. También, es necesario decir que ha servido de refugio para los perseguidos políticos y como bastión de la libertad de expresión, no solo denuncia los atropellos a los Derechos Humanos, sino que muestra las vicisitudes de sus líderes ante los retos que afronta la democracia.
Las críticas hacia el Premio Nobel de la Paz que recibe la unión, se han reducido a los dirigentes empresariales y económicos. Es un error pensar de manera tan estrecha el presente europeo, pues se debe reconocer que hay una sociedad civil fuerte, conformada por cientos de organizaciones que trabajan a favor de la democracia dentro y fuera de Europa. Es la sociedad civil quien contrapesa a los gobernantes, grupos económicos y tendencias que promueven formas no democráticas de convivencia.
La diferencia de pensamiento que reside en Europa muestra precisamente el avance en términos democráticos, pues hoy la diferencia conlleva tolerancia y debate sobre las ideas, o sea, todo se resuelve por medios pacíficos sin la necesidad de la violencia sectaria. Aunque este avance, no indica que la violencia sectaria esté erradicada.
Es cierto que Europa está amenazada, como lo está la democracia en diversas partes del orbe, pero los mecanismos por los que opta la unión son “más democracia”, antes que las armas.
Se puede criticar que en la Guerra de Irak países de Europa acompañaron a Estados Unidos en una desenfrenada masacre, pero lo hicieron a título personal. Después, pagaron por sus errores y regresaron a caudales democráticos en lo internacional. No se puede seguir bajo la lógica de la “prueba y error”, pero es peor mantener una política de guerra por no querer aceptar el error.
Al igual que Barack Obama, la Unión Europea han recibido el Premio Nobel de la Paz por mantener los ideales democráticos y combatir todo aquello que lleve como primera opción el uso de la violencia.
Por supuesto, sería un error pensar que la Unión Europa ha violado todos sus principios al participar activamente en la revolución Libia que condujo el derrocamiento de Gadafi, pues ante la violencia desmedida se necesita evitar las muertes de inocentes o personas que piensan diferente. Hay un uso legítimo de la violencia, siempre será atroz, pero muchas veces necesario -lamentablemente- para que los dictadores caigan.
Es peor, cuando los países en nombre de la neutralidad se convierten en cómplices silenciosos de las atrocidades que violan los Derechos Humanos; condenan los atentados, pero no hacen nada por evitarlos.
Los críticos del Nobel de la Paz a la Unión Europea condenan el premio porque se atreve a actuar en situaciones complicadas y que ponen en tela de juicio las reglas tradicionales del juego.
Obama ganó el Nobel de la Paz porque se atrevió a contradecir el discurso de George Bush que se veía como pensamiento único en los Estados Unidos, encaminó los ideales de una nación, permitiendo que la sociedad decidiera el rumbo.
Es preferible la acción, llevando siempre la loza de la crítica puritana, a un silencio que permite escuchar el dolor de los que piden ayuda y no escuchan el eco de una humanidad que se desentiende ante el sufrimiento ajeno.
Los Premios Nobel se entregan a quienes se atreven actuar, a quienes combinan la palabra y la acción.
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