El Presidente de México, Felipe Calderón Hinojosa, ha declarado después de una semana de especulaciones, rumores, análisis, evidencias y conteo de votos por parte del Instituto Federal Electoral (IFE) que la compra de sugrafios es inaceptable.
La voz del presidente de extracción panista que espera claridad legal y legitima, si es que todavía se aspira a ella, para su sucesor, se suma a las voces de actores políticos, académicos e intelectuales que piden certeza sobre el respeto a las libertades políticas de los ciudadanos mexicanos.
Calderón Hinojosa, sentado en un sube y baja desde que inicio su gobierno, cuando en las elecciones del 2006 ganara por medio punto porcentual al candidato de la izquierda partidista, Andrés Manuel López Obrador, ha decidido subirse a la contienda postelectoral. Su silencio se había vuelto cómplice ante el malestar de la sociedad civil mexicana y amplios sectores políticos que han construido la democracia.
El escenario que tiene ante sí el país no permite que un presidente emanado de un proceso democrático y que durante su juventud política luchó contra el régimen autoritario, guarde silencio. Por más que Calderón sea culpable de las miles de muertes en el país o del éxito macroeconómico de México, ante la democracia tenía que ser claro. Es cierto, muchos dirán que no se debe aplaudir ante la decisión del todavía Presidente de México porque el ganador proviene del autoritarismo. Sí queda claro que aquellos que en su momento lo denostaron sin pruebas en el 2006, hoy han recibido una lección, la cual seguramente desconocerán y justificarán que es una postura pública, pero que en lo privado hará todo lo contrario, las pruebas nunca las mostrarán.
En el caso de Calderón, no se trata de un presidente que busque la continuidad de su partido, ni el contexto de opacidad que rigió durante el Siglo XX; por supuesto, tampoco se trata de una democracia avanzada, ni de un convencido demócrata, sí de una democracia imperfecta que intenta dar pasos adelante y un presidente que no tiene ya nada que ganar en escenario del país, solo no busca seguir cayendo. Pasará a la historia del país como el gobernante de las más de 60 mil muertes y que no pudo derrotar al narcotráfico, pero de ahí a ser un traidor de la democracia hay un abismo, se trata de una convicción político que configura al hombre, a pesar de sus errores.
Es cierto que la declaración del Calderón Hinojosa debe haber molestado a muchos, incluso a aquellos que piden se haga justicia por la compra de votos, pero se debe decir que no se ha quedado callado como los cánones priistas mandan. No se cuántas voces se levantarán para decir que lo dicho por Felipe Calderón es intervencionismo y preferirían que no opinara de temas que afectan la repartición del poder político. Nada más patético para defender las formalidades del autoritarismo. En una democracia la opinión importa y si las opiniones coinciden en lo mínimo, se están reconociendo en lo público a pesar de las diferencias que los hombres puedan tener.
Los posicionamientos ante la compra del voto vienen de aquellos que en diversas épocas de la historia reciente del país lucharon por la democracia. Las divergencias que han tenido por el modelo de país que quieren están en otro orden de ideas, pero tanto izquierda y derecha partidista coinciden que para lograr su visión de país se necesita a la democracia.
No puede existir un presidente o demócrata más cobarde que aquel que calla ante el atropello de la misma. La compra de voto es un atropello, difamar sobre una presunta compra de voto también lo es, pero oponerse con el silencio a la revisión de los votos y dejar pasar este hecho es solo un acto que los autoritarios practican.
No se trata de afirmar que hubo compra de votos, sino de manifestar que si hay pruebas de que existió la compra de votos los paquetes electorales se deben revisar, no hacerlo contraviene la decisión de los mexicanos de vivir en democracia. Calderón Hinojosa solo hizo lo que cualquier demócrata hubiera hecho en su lugar.
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