Nadie puede negar que el Partido Revolucionario Institucional causó miles de muertes cuando gobernó en México en el Siglo XX. Los presidentes y gobernantes de esa época tenían una justificación para la muerte de cualquier activista político o social, nunca era culpa de ellos.

La violencia controlada desde el Estado Mexicano en el autoritarismo priista favorecía el control de las actividades de la sociedad civil mexicana y orillaba a tomar las armas. Si un grupo de personas tomaba las armas para formar una guerrilla, el gobierno tenía el pretexto ideal para exterminar a los “revoltosos” y “traidores a la patria”.

La historia oficial en México enseña que existe la violencia buena y la violencia mala. La buena es aquella que hacen los vencedores, la mala era practicada por los vencidos en sus intentos por adueñarse del país. La conclusión de la historia oficial es que la violencia es una herramienta -y vía- para acceder al poder.

En las últimas semanas, desde que surgió el movimiento #YoSoy132, las protestas en contra de Enrique Peña Nieto han subido de tono y llegado a las agresiones. Hasta el momento el movimiento de universitarios no ha sido protagonista de ninguna agresión física y sí ha recibido agresiones de simpatizantes del PRI en el interior de México, como es el caso de Tabasco, Sinaloa y Zacatecas.

El día martes 13 de julio, los medios de comunicación nacional difundieron un video donde supuestos miembros de #YoSoy132 en Tepeaca, Puebla agreden la camioneta del candidato Enrique Peña Nieto. Hasta el momento no se ha confirmado si la agresión sí fue de miembros de #YoSoy132 o integrantes de otro partido. Tampoco se ha descartado que sea el mismo PRI quien ha organizado esta contracampaña para victimizar a su candidato.

Por supuesto, el PRI ha aprovechado las agresiones en contra de Peña Nieto para mostrar la intolerancia y violencia que existe en su contra.

En las campañas cada quien puede ocupar su retórica, interpretar los hechos y terminar aprovechándose de los sucesos. El límite son las habilidades y el triunfo se va con quien puede mostrar más argumentos.

Lo interesante de la violencia que surge en estas elecciones es que recuerda que las prácticas históricas en México siguen vivas y contribuyen a debilitar la democracia.

En el caso de la violencia, sirve a quienes la generan, pero también a quien la recibe. Su fin siempre es obtener poder político y generar una visión histórica de los hechos violentos. Por supuesto, quien recibe la violencia física, también se atribuye motivos para responder violentamente.

Durante los últimos tres comicios electorales se ha criticado el discurso de los candidatos como el de los spots que utilizan, pues se considera que solo contribuyen a la denostación y a violentar con las palabras al contrincante. Se pide que haya propuestas y se dejen los ataques, aunque la mayoría de las veces este tipo de respuestas no se da cuando hay una denostación sin fundamentos, sino cuando existe la crítica.

Los discursos subidos de tonos, aquellos que incluyen groserías, adjetivos calificativos, acusaciones hacia un político no son violencia verbal siempre y cuando se argumente sobre los dichos. Aunque, vale señalar que un argumento puede ser verdad sin la necesidad de que sea real. Por ejemplo, podemos decir que Enrique Peña Nieto es un “pendejo” y argumentar que lo es porque es tonto y estúpido, como dice la tercera definición del diccionario online de la Real Academia Española. Después se podría explicar por qué se le dijo determinada palabra al candidato y estaríamos haciendo una opinión sin que esta violentara. También podría decir que Andrés Manuel López Obrador es un “pendejo” a la cubano, porque fue un cobarde en el Segundo Debate a la Presidencia de México al no criticar a Peña Nieto. La RAE dice que de manera despectiva en Cuba a la “persona cobarde” se le dice “pendejo”. Las opiniones contribuyen a la democracia, así no estén fundamentadas, porque permiten que quien las escucha pueda decidir si vale la pena tomarlas en cuenta o no, o sea, es el ciudadano quien valora las ideas de otra persona.

La violencia física es distinta, porque limita la opinión, pone en riesgo expresar lo que se piensa y poco a poco genera miedo, teniendo como consecuencia erosionar la actuación de los ciudadanos en el espacio público.