Viacrucis mexicano, si hemos llegado al voto nulo o en blanco es por el hartazgo.

El contexto general en el que se realiza el proceso electoral mexicano para elegir Presidente de México es la Guerra contra el Narcotráfico, el combate y la lucha entre cárteles de la droga. Solo en el primer trimestre del año van 450 muertos en Monterrey, gobernado por el Partido Acción Nacional. Nuevo León es gobernador por el PRI. Desde el incendio del Casino Royale, la presencia del narcotráfico y la vida en medio de los cárteles de la droga ha quedado desnuda ante los ojos del mundo. Nuevo León es un territorio perdido, ingobernable, el narcotráfico hace lo que quiere cuando quiere.

El combate al narcotráfico, que ha cambiado de nombre según convenga al gobierno federal, ha sido el viacrucis del sexenio, el sufrimiento ante lo inevitable. La sangre que recorre el presente de los mexicanos y el dolor que no termina. Los muertos siguen irremediablemente vivos ante la falta de justicia para aclarar su muerte.

Pero el viacrucis que ha provocado el narcotráfico y la desatención del problema por largos años por parte de los niveles de gobierno, es solo una consecuencia del estancamiento del proceso de transición y el fortalecimiento de grupos políticos, partidos políticos e intereses de grupos empresariales por regresar a un modelo “no democrático”. En efecto, el viacrucis de los mexicanos es que no hemos podido instaurar la democracia. El proceso de liberalización solo ha permitido que el gradualismo, no la moderación, se imponga en la clase política para que todos puedan sobrevivir. La democratización del sistema político mexicano es todavía un pendiente. En México no hay reforma del Estado, ¡Reforma Política Ya!, como dicen en estos tiempos.

Nuestra transición se ha vuelto atípica, quiere instaurarse con una sola parte del proceso. Quiere ser democracia con la práctica cotidiana de los “usos y costumbres” del ancie regimen. La clase política quiere que todo cambie, menos ella.

El tiempo sigue corriendo y el hartazgo ha crecido entre diversos grupos de la sociedad civil, pero la clase política mexicana se ha cerrado a las presiones, nada la mueve, ni lo electoral.

La falta de participación en los procesos electorales es un reflejo de la desilusión que se ha vivido en la ciudadanía. No solo se trata de ir a votar, sino de que cada proceso electoral es más complicado encontrar ciudadanos mexicanos que quieran cuidar las urnas, capacitarse para ser observadores electorales. La democracia representativa no es defendida desde la ciudadanía, se percibe como un mecanismo en el cual los partidos políticos se reparten el poder y logran estabilidad para que el país siga funcionando.

A pesar que el 2006 desencadenó una serie de participaciones inéditas para la democracia, el evento fue meramente coyuntural. Después de la disputa entre el PAN y la izquierda partidista por la Presidencia de México no quedó nada favorable para la democracia mexicana. La reforma al Código Federal de Instituciones y Procesos Electorales (COFIPE) en materia de medios de comunicación solo molestó y ha importado a los partidos políticos. La democracia mexicana no avanza en mecanismos de participación para la ciudadanía. Este es nuestro viacrucis democrático. Nuestra democracia, como todas, es tragedia.

Cada partido vive su propio viacrucis, intenta sobrevivir con las prácticas que los han caracterizado, pero bajo una realidad que tiene brochazos de democracia. El PRI sigue sin ser democrático en su interior, pero genera estabilidad para competir en las elecciones, aunque sus gobiernos se parezcan más a su interior que a las prácticas a las que invitan los procesos electorales. El PRD es la nueva babel del autoritarismo mexicano, las prácticas en su interior solo son muestras de un interés por el momento. El cambio verdadero que propone AMLO está acompañado de personajes del pasado, no de seres del presente.

El PAN es el vivo reflejo del estancamiento y el florecimiento de las patologías que dañan a nuestra democracia. Sigue teniendo procedimientos internos que permiten la sana competencia de los grupos que lo integran. Josefina Vázquez Mota ganó en un proceso de elección interna, pero no se puede negar que la compra de votos y otras prácticas que se hacen en el PRI ahora están presentes en el partido que logró enseñar que el mexicano quería ruptura con el pasado. El PAN ya no garantiza esa ruptura, por incapacidad o perversión, primero tiene que cambiar él y todavía está a tiempo, no ha llegado a los niveles de putrefacción de la izquierda partidista. No es el PT defendiendo dictadores, no es Convergencia prostituyendose por un personajes, no es el PRD cobijando a los que en el pasado cometieron el fraude electoral que tanto denunciaron.

Los gritos a Vázquez Mota, el enojo de los ciudadanos ante su campaña, ni siquiera sentirse cómodos con ella cuando llega a un restaurante, no es un enojo con ella, sino con todo el grupo al que representa: el PAN y los gobierno del cambio.

Su largo viacrucis es encontrar una fórmula electoral que la conecte con los indefinidos, hartos de los 12 años de gobiernos panistas, desalentados, desencantados por los sucesos del país. ¿Para qué va a alcanzar esa fórmula cuando no se ha estudiado ninguna posibilidad que permita la participación e incidencia del ciudadano en el poder?

En efecto, ningún candidato a la Presidencia de México ha garantizado el incremento de derechos políticos a los ciudadanos mexicanos. Todos están interesados en la economía, la seguridad, pero nadie en la libertad política.

No se me olvida Gabriel Quadri, el candidato del .5% en las encuestas, pero qué puede representar para la democracia un ciudadano que se ha rodeado de un partido familiar que ha mantenido secuestrada la educación en México, que no es transparente y que no ha favorecido a la democracia mexicana, solo a la liberalización que garantice la estabilidad de la clase política. Otra vez lo mismo.

Salir de este estancamiento que está provocando que todo se pudra, depende de la sociedad civil, modificar e incidir en las campañas también depende de la sociedad civil. Lograr mover al ciudadano, hacerlo reflexionar, exigir y manifestarse, como lo han hecho con Vázquez Mota, pero también con AMLO, Peña Nieto y Quadri.