ETA

Gadafi y su madriguera

OAXACA, México.- Gadafi ha muerto como los dictadores: cínicamente mostrando su debilidad, implorando ante los que hubiera asesinado a mansalva que no lo maten. Se ha escondido como aquel que sabe que sus errores, a propósito o no, tienen que ser pagados ante los vivos que no ha podido asesinar y que se han unido para mostrar que la mayoría “fragmentada” tiene en su imagen la capacidad de reconocerse. Las mayorías que respaldan a los dictadores, sátrapas y tiranos siempre, a lo largo del tiempo, son artificiales. Las minorías oprimidas en un momento reconocen a la libertad como aquello que los une y en la figura del dictador encuentran el símbolo de opresión que deben destruir para poder ser libres y reinventarse como nación, sociedad y comunidad.

Hace unas semanas, en un chat de Babelia (Suplemento Cultural del periódico El País), el historiador mexicano Enrique Krauze, declaraba ante la pregunta de uno de los lectores: “De modo que si Chávez muere, el chavismo morirá con él”. La frase, que debe haber sido tomada como una agresión por parte de los chavistas, recuerda que las dictaduras y los gobiernos que se basan en el personaje “como el todo poderoso” tienden a morir cuando este cae, sea por las balas asesinas o por las revueltas que los hacen huir del Estado que gobiernan, su final siempre es atroz; basta recordar las imágenes del hoy depuesto dictador egipcio, Hosni Mubarak, al llegar a su juicio totalmente enfermo y en camilla, para mostrarse al mundo como un hombre débil que está desnudo ante aquellos que un día sacrificó para mantenerse en el poder. A los latinoamericanos nos hace falta hacerle cuentas a los dictadores y gobernantes que violando los derechos humanos se han mantenido en el poder. Sigue haciendo falta una revisión del pasado y un castigo a los culpables, aunque estos estén muertos. Falta poner las cosas en su verdadera dimensión, una dimensión más justa. En esto hemos sido un verdadero ridículo, lo más que se puede festejar en América Latina contra un dictador como Augusto Pinochet es su detención en Londres, Inglaterra y el bochorno de no poder juzgarlo bajo la ley de su país.

Gadafi ha muerto y con ello ha finalizado la guerra que él provocó, pues los libios buscaban una transición pacífica, a lo que muy probablemente puede ser una democracia, por medio de la desobediencia civil y la manifestación pacífica, el dictador se empeñó y comenzó la represión contra sus “hijos”, vino lo peor: la guerra para buscar mantener a un régimen que no podía responder ante las nuevas demandas de sus “gobernados”. Hoy hay victoria en Libia ante la caída de Gadafi, su muerte ya es un extra que en determinado momento se debe reflexionar, los combatientes contra el dictador no pueden convertirse en todo lo que Gadafi representó, no pueden ser como él, ni actuar como él.

ETA y su rincón

Dicen los intelectuales, analistas políticos y periodistas españoles que ETA era el último grupo donde se asomaba en el presente democrático el franquismo español. ETA recuerda a la época del franquismo y la estrategia de las “armas” “revolucionarias” para terminar con un sistema de opresión y poner uno que fuera distinto, supuestamente “libre”, aunque la historia siempre nos demuestre que el socialismo “revolucionario”, muy a “lo cubano” o ruso, conduce a la negación de la libertad. ETA se perdió entre las armas, el nacionalismo, la violencia y el aislacionismo.

ETA se configuraba como la respuesta al franquismo y quería ser se la única respuesta válida, apropiarse de lo que se apropian las dictaduras y autoritarismo era su camino: la voluntad y verdad del “pueblo” la encarnaban ellos. Lamentablemente para ETA, como le sucedió al franquismo, las respuestas válidas para construir el poder político y el orden social se encuentran en la sociedad y su lucha por la libertad. Ante la muerte de Franco, la sociedad española se configuró para generar democracia, siempre inacabable de construir. Ante los asesinatos de ETA, su terrorismo como medio para limitar la libertad de los ciudadanos, aquella que decía promover en el “país Vasco”, los ciudadanos respondieron con gritos de “¡Ya basta!” y en el espacio público.

La democracia no sólo se trata de libertad y justicia, sino de instituciones que se crean desde la ciudadanía para garantizar un pleno marco de derecho que garantice la paz pública y la vida de los ciudadanos. En efecto, ETA atentaba contra la construcción de la democracia que se hace desde los ciudadanos españoles, de allí que los españoles rechazaran “el terrorismo” de la banda, fueran cuales fueran sus justificaciones y fines. Si ETA quería y quiere contribuir a España y su democracia tiene que hacerlo desde las vías “pacíficas” que ha legitimado la ciudadanía. ETA fue derrotada por la democracia española. Ha sucumbido ante un mundo que como “banda terrorista” ya no puede entender, han ganado los métodos pacíficos y la sociedad compleja, aquella que tolera -y en muchos casos soporta- la diferencia: en la democracia conviven las ideologías que promueven la libertad, la igualdad, la justicia. Las ideologías que niegan la libertad no son combatidas por las armas, son los propios ciudadanos los que les dan la espalda, no las apoyan ni legitiman, son ellas las que se van aislando del espacio público político y buscan las armas para imponer su visión de las cosas. La violencia sólo busca que la ciudadanía redima ante el miedo. Ante esto, la ciudadanía vive el “terror” de -la posibilidad de- perder la libertad, se moviliza y lucha contra el miedo, primero por el terror, después institucionaliza sus demandas para combatir la violencia, proteger su libertad. Esto le ha pasado a ETA, ante su violencia, la movilización de la sociedad civil española e internacional para exigir que pare sus asesinatos injustificados y abandone su lucha, por supuesto, que pague por sus errores. De allí que ETA ahora pide a los que asesinó que la protejan, no a ella, sino a los hombres que la integraron: “ETA, por último, hace un llamado a la sociedad vasca para que se implique en este proceso de soluciones hasta construir un escenario de paz y libertad (Comunicado o declaración de ETA número 829)”. Es un decir: no nos abandonen, los necesitamos o pagaremos por nuestros crímenes. ETA tiene miedo de ser tratada como ella trataba a sus enemigos, por ello recurre a los ciudadanos, a los civilizados que prefieren el conflicto democrático antes que callar con balas al opositor.

La ciudadanía española, al igual que los libios, deben actuar como la filósofa Hannah Arendt declaraba ante el juicio del nazista Adolf Eichman, demostrando que son distintos al “asesino”, que ellos no actuarán como aquellos que les negaron la vida en libertad.

Lecciones aprendidas

Hay lecciones claras que nos deja la caída de Gadafi y el -que espero sea- cese definitivo de ETA en su “actividad armada”, todas ellas se engloban en que la democracia ha salido victoriosa, porque se hace desde los ciudadanos. Por supuesto, este no es el fin de la lucha por la democracia. En el caso de Libia todo está por hacerse, vienen momentos complicados donde los libios deben reconocer sus diferencias y aceptarla. En el caso español, todavía falta la aplicación de la justicia a las víctimas de ETA y la integración de nuevos sectores a la democracia. ETA y Gadafi han perdido ante la democracia, ante la lucha por la democracia.

Nota: Publicado en el suplemento político Ágora el 24 de octubre de 2011