Atentado del 11 de Septiembre / Wikipedia

OAXACA, México.- Tenía 18 años y comenzaba a estudiar la Universidad. Cursaba el primer semestre de Ciencias Políticas en la Universidad Popular Autónoma del Estado de Puebla. El 11 de septiembre del 2001 salía de clases y en los pasillos de la Universidad los televisores comenzaban a sintonizar las imágenes de horror que provenían de Nueva York. Todo era CNN y una crónica apresurada que intentaba descifrar qué estaba pasando y ¿por qué? Me tocó ver “en vivo”, por la señal satelital que bajaba la “uni”, el choque del segundo avión contra las Torres Gemelas, después vino la caída, todo se había paralizado. El ánimo era de desconcierto, indignación, festejo, pero sobre todo estaba lleno de un sin sabor ante lo que vendría. ¿Estaba siendo atacado el país más poderoso del mundo?

Los siglos no comienzan con el primer año que marca el calendario, siempre comienzan con el símbolo de los cambios en el centro del poder. El Siglo XIX comenzó en Europa en 1815, dice Geoffrey Bruun (1964) en su libro “La Europa del Siglo XIX” y finalizó con el advenimiento de la Primera Guerra Mundial (1915). Con esa guerra comenzó el Siglo XX y terminó el 11 de septiembre del 2001, demostrando que la maravillosa primera década del Siglo XXI no sería de prosperidad y bonanza económica, sino conflictos bélicos que terminarían por alterar todo el orden mundial. El orbe es otro desde el “Atentado a las Torres Gemelas de Nueva York”. Es, nos guste o no, nuestro evento. marca a nuestra generación, aquel que permite tomar conciencia de los cambios generacionales y de época que están sucediendo.

México había vivido un año antes, con la alternancia en el poder federal, el fin de un época triste, sangrienta y dolorosa, el autoritarismo del Estado – Partido que encabezó el Partido Revolucionario Institucional (PRI). La agenda política marca desde los inicios de la década pasada una recuperación del país en materia de libertad y un reencuentro con el mundo Occidental para comenzar a vivir bajo los principios de la democracia. Si en el 2000 los mexicanos pensábamos que lo peor había pasado, por la cabeza no estaba fija la idea de la reconstrucción de la política y lo político, o sea, el redescubrimiento de la sociedad como un ente autónomo al poder del gobierno. Tenemos, todavía, una democracia toda por hacerse.

El 11 de septiembre del 2001 se convirtió en un ingrediente más que nuestra débil democracia tenía que enfrentar. La seguridad a nivel mundial cambió con el atentado terrorista, la desconfianza ante lo extraño, lo que no pertenece al orden nacional, se convirtió en un peligro inminente. ¿Por dónde entraron los terroristas que por largo tiempo se entrenaron en territorio estadounidense para atentar contra la ciudadanía? ¿era nuestra frontera norte la más porosa del mundo? Es la más transitada, por ella pasan sueños y esperanzas, pero también graves problemas que enfrenta la globalización. Nuestra globalización que no sólo es el flujo de capitales, sino la transformación profunda de nuestras culturas. Todo se contrajo hacia lo nacional en los años posteriores al atentado terrorista. La maravilla del fin de las fronteras por medio de la globalización se quedó en un sueño inconcluso que terminó por ser una pesadilla para los países con economías emergente o pobres. ¿Qué iba a hacer México con tantos desempleados de la ciudad y el campo que veían en la migración al norte una esperanza para sobrevivir? México y la reforma migratoria dejaron de ser una prioridad para el gobierno de Estados Unidos, encabezado por George W. Bush, hijo. La prioridad ya no era el vecino del sur, sino la venganza hacia quienes habían atentado contra Estados Unidos. La seguridad al máximo y transformándose para cubrirse de los dueños del terror, los fundamentalistas islámicos.

Miedo y desquite

Sería falso afirmar que ese 11 de septiembre del 2001 los rostros que vi eran todos de tristeza y desesperanza, hubo rostros de alegría, saltos y emociones por ver en la caída de Las Torres Gemelas como un castigo hacia los Estados Unidos y sus gobernantes por las atrocidades que cometieron a lo largo del Siglo XX y el terror que provocaron en diversos países del “Tercer Mundo” durante la Guerra Fría. En América Latina respaldaron dictaduras, financiaron grupos paramilitares, entrenaron asesinos profesionales que trabajaron a favor de los gobiernos autoritarios que desaparecieron a miles de opositores en toda la región.

Todo fue presuroso ese día, se buscaban explicaciones, la UPAEP en su departamento de Ciencias Sociales organizó una improvisada conferencia con sus especialistas, estaban sentados con más dudas de la coyuntura y con una serie de interpretaciones que apuntaban respuestas hacia el hecho. Estuve en las primeras filas, rodeado de compañeros que me acompañarían hasta el final de la carrera y otros que perdí al siguiente mes o en años posteriores por la deserción escolar, sea por falta de capacidades o porque las Ciencias Políticas no eran su vocación. Pregunté que si lo sucedido el 11 de septiembre del 2001 en las Torres Gemelas era una consecuencia de la política exterior de los Estados Unidos, la respuesta era obvia, “sí”, pero buscaba que después de esa afirmación hubiera más, pues dejarlo allí legitimaría la violencia como un medio para la acción política que condujera al cambio político. Recuerdo que la unanimidad fue sobre condenar el uso de la violencia como herramienta en una sociedad para ejercer la justicia.

En efecto, el 11-S generó entre los críticos y los que odian a Estados Unidos cierta felicidad y sensación de justicia hacia lo que había hecho esta nación durante el Siglo XX, pero ¿era acaso esta sensación de felicidad o algarabía la legitimidad de la violencia de “otros” el mecanismo adecuado para hacer justicia por los crímenes del pasado? ¿hacia dónde conduce la violencia que se justifica como forma de hacer justicia ante los poderosos?

El atentado a las Torres Gemelas de Nueva York no se trató de una revolución para generar más democracia, sino un atentado contra la democracia. Las justificaciones de los terroristas de “Al Qaeda” se supieron al paso de los días, pues en la siguientes horas, no faltaron grupos extremistas que quisieran adjudicarse el atentado, nadie quería quedar fuera de la parafernalia del “espectáculo” de terror que hizo temblar a los Estados Unidos. Todos querían ser héroes ante sus fieles seguidores.

Ha sido un desquite a los Estados Unidos el atentado del 11 de septiembre del 2001. Las justificaciones de los terroristas de Al Qaeda perdieron poco a poco apoyo de los grupos radicales de Occidente que se contraponen a las ideas de Estados Unidos, pues los fundamentalistas islámicos solo invitaban a “terminar con los infieles”, su guerra era “santa”, quieren imponer un orden teológico basado en la interpretación que ellos hacen del Corán, libro sagrado de la religión Musulmana.

Guerra en Afganistán e Irak

Después vino el otro desquite, el del gobierno de Estados Unidos que basado en el pánico y miedo que la caída de las “Torres Gemelas” habían provocado en la sociedad estadounidense, ni tarde ni perezoso tomó la decisión de ir a buscar a los “talibanes” a países del Medio Oriente, así, con el apoyo de una sociedad en pánico, confundida y con rabia, George W. Bush declaró la invasión a Afganistán y, tiempo después, la guerra a la Irak de Saddam Hussein.

Manifestaciones de oposición hubo en todo el mundo, vendrían más muertes de inocentes y el aumento del odio entre Occidente y Medio Oriente.

Me manifesté en las calles de Puebla con 18 mil personas más en contra de la Guerra de Irak, los críticos de las manifestaciones en contra de la guerra no nos bajaron de utopistas y huevones. Los argumentos más radicales versaron sobre que aquellos que nos manifestábamos éramos pro-árabes y sólo legitimábamos las acciones de los terroristas. Nada más lejos de la realidad, aunque no se puede negar que muchos se manifestaron por el odio hacia Estados Unidos. Las manifestaciones tenían como objetivo evitar más violencia que terminara provocando más violencia. El asunto es que esta afirmación no es simplemente un recurso gastado en los textos de hoy, sino el síntoma de la primera década del Siglo XXI.

A las invasiones de los “aliados” de Estados Unidos en Medio Oriente vinieron los ataques de Al Qaeda en Lóndres, Inglaterra y Madrid, España, justificados porque apoyaban la beligerancia e intervencionismo de Estados Unidos. En 10 años han muerto cientos de miles de inocentes, el pánico se sigue sintiendo en los aeropuertos y ya no sorprende que haya un nuevo atentado terrorista. Este año, ha muerto Osama Bin Laden, líder de Al Qaeda y enemigo público número uno de Occidente, no solo de Estados Unidos, porque los atentados de Madrid y Lóndres sólo demostraron que los terroristas no querían terminar con gobiernos o políticos que hubieran atentado contra las poblaciones islámicas, sino con ciudadanos para generar presión por parte de la ciudadanía hacia sus gobiernos y así obligarlos a retirarse de Medio Oriente y ellos -los terroristas- pudieran operar con plena libertad sus células terroristas que los llevaran a imponer un orden teológico cerrado en los países islámicos.

La cuestión con Medio Oriente y el aumento de las posiciones fundamentalistas islámicas era si Occidente debía dejar en plena libertad a estos Estados para imponer el orden de gobierno que quisieran, aunque este violara las libertades naturales del hombre. ¿Se debe permitir la instauración de gobierno autoritarios o totalitarios que violan los derechos humanos y las libertades del hombre? No podemos ser ajenos al sufrimiento de otros.

Lamentable que la violencia que ejerció el gobierno de Estados Unidos bajo se basara en mentiras que sólo mostraron coincidencias en la forma de ejercer el poder entre gobernantes occidentales y terroristas. Bush no ha sido juzgado por mentir en la invasión a Irak, nunca se encontraron las armas de destrucción masivas, tampoco han sido juzgados con base en el derecho occidental decenas de musulmanes que son acusados de pertenecer a células terroristas. Falta todavía mucho trabajo por parte del gobierno de Barack Obama para legitimar a la democracia y la forma en que esta se ha hecho gobierno. O sea, la democracia real y la deseable se han separado en un grado importante durante los últimos años, sólo las acciones ciudadanas han logrado reconstruir el puente que conecte lo existente y lo deseable.

10 años después del 11 – S

Ha pasado un década y sigo condenando los ataques terroristas de cualquier orden, sigo criticando las “cachetadas de guante blanco” que lanzas las dictaduras a Occidente, como es el caso de la dictadura de los hermanos Castro en Cuba, sigo pensando en que no hay que tolerar el autoritarismo en China para mantener la estabilidad del sistema financiero y económico en Occidente, pero también sigo pensando y creyendo que la violencia que ejercieron los aliados en las Guerras de Afganistán e Irak se pudo evitar y aún así combatir el terrorismo. Hemos perdido en Occidente libertades por el atentado del 11 de septiembre 2001, vivimos en una Sociedad del Riesgo Mundial, para ocupar definición de Ulrich Beck, pero considero que Occidente ha demostrado que se puede reinventar, aceptar sus errores y construir más democracias. La democracia siempre será un proceso inacabado que se construye desde la ciudadanía, sólo fracasará cuando se le abandone. No abandonemos a los jóvenes de la Primera Árabe.

10 años después del 11-S prefiero la democracia, decir lo que pienso, ejercer mi crítica, ser un anticonformista y pensar que un mundo mejor es posible siempre en libertad. Aprendamos a vivir sin miedo, a aceptar los errores. El destino es de la ciudadanía, se crea en el espacio público no desde la administración del poder económico y político.

Yo como Harry Potter, también digo adiós

Con este artículo digo adiós a ADNsureste que fue mi casa desde mi regreso a Oaxaca en el año 2007. Mis artículos serán publicados en mi blog Caminar Preguntando.

Nota: Publicado el 11 de septiembre en Adnsureste.info