Religión y Democracia/By @kelmicmr

OAXACA, México.- Dios se ha vuelto a poner de moda, eso implica que esté de acuerdo a la época que estamos viviendo, cumpla los requisitos del mercado y cumpla la satisfacción, no siempre completa pero sí suficiente, de todos aquellos que quieran adquirir uno de estos productos. Por supuesto, sus vendedores han realizado una serie de presentaciones que estén al alcance de todos. Lo hay compacto, light, familiar, con accesorios incluidos y bestialmente personalizados. Actualmente vivimos una indiferencia a la religión, a ir a la iglesia, y una creencia en el Dios individual, aquel que no hemos visto, que la razón y secularización moderna niega y que a la vez permitió.

De la muerte de Cristo a la muerte de Dios

Corrían los años antes de Cristo, cuando él ya caminaba y todavía no sabía que se iba a morir poco tiempo después -¿por qué nadie le dijo? ¿no tenía visión prospectiva o le gustaba más la crucifixión para ser historia? Cristo, terminó y comenzó una época que marcó – y marca- una cosmovisión de vida. La aparición de este personaje de la historia bien puede narrar la lucha de un verdadero revoltoso y luchador social, no tanto por lo más justo (porque ¿qué es lo más justo para todos, hoy, en una democracia?) pero sí por todo aquello que él y sus seguidores creían justo. Al igual que la mayoría de los movimientos sociales, los partidos políticos y la misma sociedad, la fundación de Cristo, el cristianismo, terminó fragmentándose poco a poco, hasta permitir que otras cosmovisiones lograran equilibrar su fuerza con los creyentes

Ha sido la modernidad, que tiene como antecedente la fractura en la iglesia católica y la corrupción que se vivía en ella, encabezada por los papas, la que ha permitido que se deje de culpar, esperar soluciones a los problemas del hombre y forma de vida desde ‘quién sabe dónde’, transmitida por medio de sus representantes en la tierra, los sacerdotes, la que ha logrado que el hombre decida por él y para él, si es que quiere hacerlo Los problemas humanos con la llegada de la modernidad, ya no esperaban por un comunicado, un ‘mensajito’, un e-mail y un ‘le estamos atendiendo’ para poder resolverse. La razón, los avances científicos y la indeterminación democrática para permitir la existencia de diferentes formas de vida que no violen la libertad de elección de terceros para vivir como quieran, como la ‘libertad individual’ para adscribirse a cualquier grupo social, como son las religiones, y practicar y promover, sus puntos de vista, dogmas y – otra vez – forma de vida. La religión y la creencia en Dios no desapareció con la modernidad, comenzó a ocupar un nuevo lugar en el entramado social: el espacio privado donde el ser humano escoge en qué creer o cómo dirigir su vida. Ahora ya no se trata de decir todo en base a los principios que ésta plantea, sino en los acuerdos que los individuos pudieran realizar entre ellos pudiendo partir de principios y normas religiosas para mantener una postura pública o no partiendo de ellas.

En conclusión, el proceso de secularización del Estado, y con ello de la política, ha permitido que no se parta de tradiciones inamovibles y fundamentalista -en muchos casos-, para que la sociedad tome una dirección o vaya hacia un nuevo estadio. En otras palabras, la salida formal de la iglesia del poder político, ha permitido que ésta sea un poder terrenal decidido por todos los participantes: los seres humanos. En cierto sentido, esta limitante ha provocado lo que se conoce como la ‘muerte de Dios’, que bien puede ser entendida como ese periodo en el cual la religión pasó a ser una mera elección del ser humano para su vida privada y desde la cual, muchas veces, parte para actuar en público.

La modernidad, con el asesinato de Dios, provocó que el miedo y el temor que implica que el hombre se haga responsable de sus actos y que el perdón no esté en manos de un ser ‘divino’, sino en la de sus iguales; provocó que la secularización existiera en el espacio público para que toda creencia pudiera existir pero, no logró e impidió que las decisiones públicas dejaran de ser tomadas desde principios acientíficos o razonables. Con ello queremos decir que Dios no murió, simplemente fue encarcelado en los hogares, en nuestro caso, de la mayoría de mexicanos. Lo preocupante es que, en los últimos años, Dios comienza a repercutir constantemente en el espacio público, no para respetarlo, sino para intentar adueñarse de él, sus nuevos soldados, que parecen recibir órdenes de un secuestrador preso con celular 3G, han realizado actos tan fundamentalistas, como los del sector que los combate, que han comenzado a dañar la secularización política.

 La caída en las preferencias de la iglesia, el ascenso de Dios

El mismo avance democrático y la comodidad consumista del individuo han provocado que las religiones, entendidas como esas instituciones que tienen edificios, un orden jerárquico y leyes que respetar, vayan perdiendo poco a poco peso social. En parte, a lo mejor como causa menor, esta devaluación se ha debido a la razón y el avance que ha provocado en la ciencia y ésta en la tecnología.

Aun así, en el ir y venir de las decisiones sociales colectivas, la iglesia sigue teniendo un peso respetable. Aunque en el caso mexicano, como en el mundo occidental, las distintas iglesias, porque desde la reforma luterana no han dejado de aparecer iglesias y religiones, se han ido humanizando poco a poco, esto como una devaluación, ante sus fieles y la sociedad en general, de lo divino: los religiosos, les guste o no les guste, no dejan de ser humanos, llenos de defectos y lujuria. El caso de los sacerdotes pederastas de la iglesia católica en todo el mundo, ha demostrado que desde hace años han dejado de ser un ejemplo de moral privada y pública. La credibilidad de la institución eclesiástica está por los suelos y, al mismo tiempo, demuestra, a pesar de estos actos, que son un orden de peso supranacional en todo el mundo. En vez de hacer justicia por los actos que sus integrantes han realizado en terceros, las iglesias los han protegido. El caso del padre Marcial Maciel, violador de menores y padre de una hija -por lo menos contradictorio a lo que dice su celibato sacerdotal-, viene a demostrar que la santificación de ‘Santos’ ya no llena el ojo del creyente, que este, en vez de acercarse a la iglesia, se ha alejado para profesar su fe y creencias en su espacio privado.

El último caso investigado, trasmitido, narrado y publicitado de un «caso bochornoso», deleznable y violador de las leyes mexicanas, se ha presentado en una congregación cristiana, donde sus integrantes, en nombre de Dios, del camino del bien, de la trascendencia en la otra vida, de estar de lado de los buenos, se dedicaban a robar niños y terminar con familias. Poco a poco iban doblegando a la madre o el padre para que entregara a sus hijos y fueran educados bajo los principios autoritarios, fundamentalistas y de la verdad única que su grupo religioso ostentaba, ‘Casitas’ es un caso de muchos, donde las Iglesias, como instituciones, demuestran que saben jugar bien el juego político pero, nunca, seguir los principios que las mismas proponen: la verdad de Dios es única, su interpretación sólo nuestra, atentamente, la Iglesia que usted quiera

He ahí que éstas, en su afán de no perder poder social, ni simpatizantes, ni militantes, han decidido ablandar sus propias leyes, primero para sus integrantes y después para sus feligreses, han promovido el amor a Dios -el mismo siempre en todas las religiones- light: como se pueda, cuando se quiera y sin asistir al templo every day: los actos religiosos no tienen ninguna congruencia con el discurso y sólo están sirviendo, en la mayoría de los casos, para evitar el razonamiento de sus feligreses.

Hoy en nombre de Dios, las muertes están al día, las violaciones igual (véase caso Marcial Maciel). La Iglesia ha dejado de ser, desde hace tiempo, esa institución eclesiástica, en su base y lugares intermedios que intentaba promover los valores de la libertad y la igualdad, hoy prefiere los campos de golf, las fiestas happy – sex – happy privadas, los pueblos alejados donde siguen retando al poder político y ocupando a los sumisos siervos como carne de cañón para promover cierta ‘transición’ democrática; aunque cuando suceda, la elección del modelo de vida en cada ciudadano tendrá como principal rival a la iglesia católica. La iglesia ¡vive! Y Dios se reelige como el ‘jefe de jefes’, sólo, esta vez, en el modelo que se acerque a sus necesidades: ¡llévelo!, ¡llévelooo!, ¡le hace el milagrito!.

NOTA: Publicado en 2010 en el suplemento Ágora